martes, 29 de diciembre de 2015

ESPÍAS EN EL CÁUCASO


Soldados rusos avanzan con cautela en el escenario bélico de Chechenia

HAY ALGUIEN QUE NO QUIERE QUE RUSIA LEVANTE LA CABEZA
 

Como un gigante que se derrumba, aplastando todo en su caída, el desmoronamiento de la U.R.S.S. no sólo supuso la cancelación del sistema comunista, sino la fragmentación del gran imperio ruso que fue primero zarista y, tras la revolución bolchevique, se transmutó en soviético. El Cáucaso ha sido siempre una zona conflictiva, codiciada por los varios y más poderosos imperios desde antiguo hasta el presente: Bizancio, Persia, Turquía, Rusia... La multiplicidad étnica, lingüística y religiosa de los pueblos del Cáucaso añade factores que se han mostrado decisivos en el desarrollo dramático de la Historia. Desde 1994 a 1996 se desarrolló la primera guerra ruso-chechena y, tras un paréntesis, estalló de nuevo el conflicto en 1999, duranto hasta el año 2009. Poco se sabe de esta guerra en occidente y menos todavía se sabe de la historia y la idiosincrasia de los pueblos contendientes. Para paliar este desconocimiento y adentrarnos en la problemática tenemos en español un libro: "Las montañas de Alá. La batalla por Chechenia", del enigmático reportero de la Agencia France Press*.

Este libro, a medio camino entre el reportaje de guerra, el libro de historia y viajes y la agitación y propaganda contra Rusia, tiene sus luces y sus sombras. El libro nos muestra la condición hospitalaria y belicosa del pueblo checheno a lo largo de su historia, pero el autor no mantiene la neutralidad. Ha confraternizado con los chechenos y empatiza con ellos, pero no hace lo mismo para comprender a los rusos, mostrando una flagrante hostilidad por Rusia. Si esta posición se debe a haber tomado partido, nos parece muy correcto, pero creemos que más bien se debe a obedecer unas consignas estratégicas de los grupos de poder que financiaron la estancia de Sebastian Smith en la zona: digámoslo claramente, aquellos cuyos intereses entran en conflicto con los intereses rusos, por mucho que quieran disimular su animadversión contra Rusia en nombre del humanitarismo. Sin embargo, el libro es ameno, de ágil prosa, profuso en datos históricos y, aunque se nota que es propaganda anti-rusa, nos acerca a una cuestión que por exótica y compleja apenas disponemos de literatura alternativa.



Por "Las montañas de Alá" nos enteramos, siquiera de pasada, de las labores del espionaje británico en la zona, allá por el siglo XIX. Décadas antes de estallar la "Guera de Crimea", las potencias occidentales recelaban del poderío que Rusia estaba cobrando y destacaron a sus agentes especiales sobre el terreno. Ni a Turquía ni a Londres interesaba que Rusia se expandiera, pudiendo amenazar la hegemonía británica sobre la India o aproximándose a la zona de influencia turca. El agente británico de aquel entonces fue James Bell, que escribió "Residence in Circassia: 1837, 1838, 1839". Sebastian Smith escribe:

"Uno de los relatos más convincentes de testimonios presenciales de las luchas circasianas fue el dejado por James Bell, uno del puñado de británicos que desempeñaron papeles no oficiales entre bastidores, alentando a los rebeldes, aunque como todas las pruebas sugieren con poca ayuda concreta de Londres. En su "Residencia en Circassia: 1837,1838, 1839"..."
Es como si Smith nos guiñara el ojo. Este tipo de libros satisface nuestra curiosidad geográfica, etnográfica e histórica, pero haremos bien en leerlos como lo que son: instrumentos literarios al servicio de intereses que no se confiesan.

*Llamamos "enigmático" a Sebastian Smith, pues
aunque es un asiduo reportero de la prensa internacional y firma sus trabajos con este nombre y apellido, poco sabemos de su identidad real.


Del libro: "Las montañas de Alá. La batalla por Chechenia". Sebastian Smith
Ediciones Destino, Colección Imago mundi, 2001. 432 páginas.

martes, 8 de diciembre de 2015

LA VERDAD SE SUBIÓ AL CIELO

Hacía tiempo que quería escribir sobre Astrea, la diosa de la Justicia (y también veremos abajo que la misma personificación mítica de la Verdad). 





LA VERDAD (JUSTICIA) SE SUBIÓ AL CIELO
Manuel Fernández Espinosa
 


Si un vocablo se repite en los siglos XVI y XVII (en los tratados políticos, en la literatura, en la correspondencia epistolar...), bien lo sabemos los que nos desenvolvemos con documentación de esa época, es la palabra "disimulación". Y nos equivocamos si pensamos que el único en proponerla como estrategia política es Maquiavelo. Tanto en la praxis política como en la ética, se impone en los tratadistas politológicos y morales la "disimulación". Así Baltasar Gracián:

"No condenar solo lo que a muchos agrada. Algo hay bueno, pues satisface a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y cuando errónea, ridícula; antes desacreditará su mal concepto que el objeto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no sabe topar con lo bueno, disimule su cortedad y no condene a bulto, que el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dicen, o es, o quiere ser." (Oráculo manual y arte de prudencia).

O citemos a Diego de Saavedra Fajardo, cuando en su empresa XVIII recomienda al príncipe cristiano:

"Disimule la noticia de los vicios hasta que pueda remediallos con el tiempo, animando con el premio a los buenos y corrigiendo con el castigo a los malos, y usando de otros medios que enseña la prudencia" (Idea del príncipe político christiano representada en cien empresas).

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos define el verbo "disimular" en cinco acepciones, a saber: 1. Encubrir con astucia la intención. 2. Desentenderse del conocimiento de algo. 3. Ocultar, encubrir algo que se siente y padece. 4. Tolerar, disculpar un desorden, afectando ignorarlo o no dándole importancia. 5. Disfrazar u ocultar algo, para que parezca distinto de lo que es.

En todos sus sentidos, disimular es impedir que se vea algo: la intención, la noticia, el sentimiento o la pasión, el desorden o la realidad tal y como es. Por eso no es de extrañar que en aquella época, cuando el disimulo triunfaba, no fuesen pocos los que hicieron suyo un tópico que tiene una larga historia y que reza así: "La verdad se fue al cielo".

En el origen del tópico "La verdad se fue al cielo" creo que sería oportuno recurrir a la mitología griega, cuando los poetas nos cuentan que la titánide Astrea, hija de Zeus y Temis, fue la última de los inmortales en abandonar la tierra. Astrea es la antigua diosa de la Justicia, anterior a Dike y, según los poetas griegos, Astrea se fue de la tierra cuando la Edad de Oro dio paso a la Edad de Bronce. Zeus convirtió a Astrea en una de las estrellas de la constelación de Virgo y la balanza de la Justicia fue, desde entonces, la constelación de Libra. Se la representa en figura de diosa con alas, envuelta en una ígnea aureola, portadora de una antorcha y los rayos de Zeus.

Lope de Vega, en un famoso poema "A mis soledades voy" dice:

"Dijeron que antiguamente


se fue la verdad al cielo;

tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto."

Francisco de Aldana es menos parco que Lope y así, con este primor, nos relata el apólogo sobre el cual se basa el tópico:

"Fue la Verdad con alas de paloma
desdeñando habitar nuestras cabañas
y en su lugar, como después del día
la noche acude, la Mentira vino,
y porque al mundo vio tan amoroso

y dado a lo exterior, se ornó la infame

de cabello sotil, dorado y crespo,

tomó los labios del color que muestran
la púrpura, la grana y los corales,
cubrióse de oro y plata en rico traje
alcoholó las cejas y nombróse

Verdad. ¡Ved qué mentira tan notable!
".

Tambien podemos encontrar referencias a este apólogo en Villalón, en Cervantes, en Mateo Alemán, en Francisco de Quevedo y en Baltasar Gracián: en fin, toda nuestra tradición literaria se hace eco de esa mítica fuga de la verdad que, cuando menos se pensaban los hombres, habíase ido al cielo, dejando a la tierra en un desorden como pocos.

Teniendo en cuenta el mito del catasterismo de Astrea (la Justicia), podemos decir que aquí, la verdad de la que nos hablan nuestros poetas es la misma Astrea, la primitiva y originaria Justicia de la edad de oro hesiódica.

Sirvan estas líneas para comprender mejor a nuestros clásicos, pues tanto el apólogo (con sus leves variaciones) como las alusiones a él son, como puede suponerse con las citas hechas por nosotros, uno de los tópicos de nuestra mejor literatura.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ERNST JÜNGER Y EL CONCEPTO DINÁMICO DE TRADICIÓN




ERNST JÜNGER: LA TRADICIÓN ELEMENTAL DE LO ORIGINARIO (I)

Texto base para la conferencia pronunciada el 5 de diciembre de 2015 en la Sede Social Bernardo López García, de la Asociación Juvenil Iberia Cruor de Jaén.

Manuel Fernández Espinosa




La sociedad alemana de entreguerras presenta como pocas sociedades los síntomas de una profunda crisis en todos los órdenes. No es simplemente la inflación, la mecanización de la industria, la crisis económica lo que tenía a los alemanes exasperados, buscando soluciones drásticas. Una lectura económica, tan del gusto del liberal como del marxista (ambos anverso y revés del mismo espíritu burgués) no podrá explicar satisfactoriamente la época. Son otras las dimensiones y muchos otros los vectores que habría que considerar para explicarse aquella sociedad convulsionada; teniendo en cuenta que, como sabemos, el vector es una magnitud que, conteniendo la cuantía, nos exige considerar el punto de aplicación, la dirección y el sentido. Y uno de los vectores más significativos será la intelectualidad que ha regresado del frente, tras la derrota bélica. Y uno de los intelectos que, por fidelidad a los camaradas caídos en el frente, se aplicará a imprimir una dirección y darle un sentido a buena parte de sus lectores será el del escritor Ernst Jünger (1895-1998). Éste lo hace desde una posición conquistada: es un héroe de guerra, herido en combate y condecorado con las más altas distinciones del ejército alemán, su heroísmo le precede y le inviste de una autoridad como no podrán presentar otros.
Sus obras literarias más importantes, como introspección de la experiencia de la guerra, las escribirá del año 1918 a 1923: "Tempestades de acero", "La guerra como experiencia interior", "El bosquecillo 125", "Fuego y sangre". Pero no serán pocos los artículos que irá publicando en las revistas que abundan entre los llamados Cuerpos Francos: "Die Standarte", suplemento en un principio de "Der Stahlhelm", será una, pero no la única. El cierre de estas revistas por la censura de la República de Weimar no impedirá que surjan otras: "Arminius", "Der Vormarsch", "Widerstand", etcétera. Puede considerarse como un abigarrado entramado de medios de prensa que responde a los múltiples grupos de soldados que se han quedado sin guerra y no pueden adaptarse a la "paz" y, menos todavía, a una vergonzosa paz que humilla todos los sacrificios consumados en el frente. Se está fraguando así el llamado "nacionalismo de los soldados".
Jünger se referirá constantemente a esos años, en los que los viejos camaradas que habían estado en el frente se reunían en las tabernas o en las mansardas para discutir, mientras bebían, la deriva de los acontecimientos y qué hacer. Por ese tiempo hubo en Alemania no pocos visionarios, como el Lorenz de la novela jüngeriana "Abejas de cristal": "Por entonces -escribe Jünger- todos teníamos una idea fija; era una característica peculiar que siguió a aquella guerra. La suya [la de Lorenz] consistía en que las máquinas eran el origen de todos los males. Quería volar las fábricas, redistribuir la tierra y convertir el país en un imperio rural. Así todos vivirían sanos, felices y en paz. Para sustentar esta opinión había adquirido una pequeña biblioteca, dos o tres hileras de libros, gastados a fuerza de leerlos, sobre todo de Tolstoi (que era su ídolo) y también de anarquistas primitivos como Saint-Simon. [...] El pobre no sabía que hoy no existe más que una única reforma agraria: la expropiación".
Este Lorenz puede ser el personaje ficticio de una novela, pero como señala Rüdiger Safranski: "Casi todas las ciudades contaban con uno o más "salvadores". En Karlsruhe, alguien que se hacía llamar Torbellino Originario prometía a sus adictos la participación en las energías cósmicas; en Stuttgart actuaba un Hijo del Hombre que invitaba a una redentora cena vegetariana; en Düsseldorf un nuevo Cristo predicaba el inminente final del mundo e invitaba a retirarse en la meseta montañosa Eifel. En Berlín el Monarca Espiritural Ludwig Haeusser llenaba grandes salas, donde exigía "la más consecuente ética de Jesús" en el sentido del comunismo originario, propagaba la anarquía del amor, y se ofrecía a sí mismo como "caudilllo para la única posibilidad de evolución superior del pueblo, del Imperio y de la humanidad". Los numerosos profetas y sujetos carismáticos de aquellos años tienen casi todos una actitud milenarista y apocalíptica...". Tal vez el caso más famoso fue el que protagonizó en el verano de 1920 un tornero de Alsacia por nombre Friedrich Muck-Lamberty que recorrerá los caminos sumando gente de todas las edades, sobre todo jóvenes, que se agrupan para escucharlo y que formarían el fenómeno llamado "Neue Schar" (la Nueva Grey). Visionarios como estos que fueron personajes históricos hoy olvidados asoman en la literatura alemana de la época. Alemania era escenario de esta especie de histeria colectiva tras la Gran Guerra: al traumatismo causado por las incontables pérdidas humanas, se sumaba la humillación y la incertidumbre por el futuro, por si fuese poco; y todo ello hirviendo en un recipiente modelado por el romanticismo que informa la cultura alemana desde el siglo XIX (su filosofía, su literatura, su música, su teología...)
Thomas Mann, retrospectivamente, escribiría: "Pero el intelecto del hombre civilizado, sea ese intelecto burgués o simplemente civilizado, no puede sustraerse a una sensación de malestar. Puesta en contacto con el espíritu de la filosofía vital, con el irracionalismo, la teología corre peligro de convertirse en demonología" ("Doktor Faustus"). En efecto, las corrientes vitalistas que afloraron en la Alemania de entreguerras, casi todas con un alto ingrediente nietzscheano, derivaron no pocas veces a sectas que combinaban más o menos extraños elementos del ocultismo y la magia. Sin embargo, en Thomas Mann habla el burgués que siente descomponerse todas las seguridades de su mundo. No obstante, el genio literario de Mann supo captar lo que estaba sucediendo en Alemania; aunque tampoco era difícil captarlo, pues Jünger y otros lo proclamaban. Mann lo resumió en la misma novela "Doktor Faustus":
"Necesitamos un sistematizador, un maestro de la objetividad y de la organización, lo bastante genial para combinar el renacentismo, y aun el arcaísmo, con la revolución" -le dice el protagonista al personaje que hace de su biógrafo en esta novela monumental.
Y bien, ese sistematizador, ese maestro de la objetividad y de la organización, el genio que combinaría perfectamente el arcaísmo con la revolución, sostengo yo, no era otro que Ernst Jünger. No digo que Thomas Mann pensara en Jünger cuando escribió estos renglones, pero si había en Alemania alguien capaz de lograr esa "síntesis" de "arcaísmo" y "revolución", la que reclamaba el Adrian Leverkühn del "Doktor Faustus", ese fue Ernst Jünger. Es lo que más tarde llamará "Revolución Conservadora" el que fuera secretario del mismo Jünger, Armin Mohler.
En Jünger el romanticismo había sido superado tras pasar por las tempestades de acero. En los años de entreguerras, como señala Alain de Benoist, Jünger "hace varios llamamientos para la formación de un frente unido de grupos y movimientos nacionales. Al mismo tiempo, trata -sin mucho éxito- de señalarles el camino de una necesaria autotransformación. También el nacionalismo precisa ser "trasmutado" alquímicamente. Debe desembarazarse de toda vinculación sentimental con la vieja derecha y convertirse en revolucionario, dando fe del declive del mundo burgués".
El estilo que define a Jünger será el "realismo heroico", una objetividad fría que mira los sucesos con otros ojos, "más allá del bien y del mal"; el mismo Jünger escribirá: "Nosotros dejamos la postura de que hay un tipo de revolución que al mismo tiempo apoya el orden, para todos los Biedermänner [filisteos de la cultura]. Pues, ¿qué tiene que ver lo elemental con lo moral?".
Uno de los correligionarios de Jünger, durante estos años, Ernst von Salomon dirá (en una entrevista concedida a Jean-José Marchand) que fue Ernst Jünger quien le propuso a él y a otros "escribir una nueva enciclopedia". Jünger le decía a Salomon: "lo que quiero ahora, es la revolución espiritual. ¿Dónde comenzar? Los franceses nos lo enseñaron: escribir una nueva enciclopedia, revisar todos los conceptos". El resultado, según Salomon, fue eficaz: "Lo hicimos. Y los jóvenes escritores salieron de la derecha, lo que sorprendió entonces a todo el mundo." (La entrevista a Ernst von Salomon que referimos se ha visto por vez primera estampada en castellano en el número 24 de NIHIL OBSTAT).
Jünger y los suyos se distanciaban del "museísmo" (con ese vocablo se referían a la propensión -burguesa- de conservar los cachivaches del pasado burgués); la tradición que merece ser perpetuada no puede estar por más tiempo en la ficticia seguridad de un orden burgués, liberal, parlamentario: eso podía ser con anterioridad a la Gran Guerra del 14, pero tras vivir la experiencia bélica los valores burgueses de la seguridad y la prosperidad se han hecho añicos; y esto no solo es válido para los moldes políticos, también los moldes artísticos y religiosos están quebrados. Jünger escribiría en "Radiaciones": "Las pretensiones conservadoras, ya sea en el arte o en la política o en la religión, extienden cheques contra activos que ya no existen".
Dado que el mundo burgués del XIX, modelado por las ideas ilustradas del siglo XVIII, se ha desmoronado hay que aventurarse a crear, según sostiene Jünger, Tradición. O mejor que "crear" dijéramos que "reencontrarla". Bajo el barniz y los postizos de la civilización burguesa hay que excavar hasta dar con lo elemental y lo originario: "...a lo elemental, a una capa de la vida más profunda y más cercana al caos, que todavía no es ley, pero que esconde en sí nuevas leyes [...] una nueva relación para con lo elemental, el suelo materno". Y muchos años después, seguiría diciendo, en "Visita a Godenholm": "Una de las ideas de Schwarzenberg era que había que sumergirse otra vez desde la superficie hasta los "abismos ancestrales" si se deseaba establecer una auténtica soberanía".
Volverse a lo originario y elemental es un imperativo para poder legitimar un orden de distinto cuño que suprima el falso orden liberal bajo el que hemos estado sujetos. Lo elemental "todavía no es ley", pero "esconde en sí nuevas leyes". Esta es la gran aportación de Jünger que, rechazando los falsos ídolos del liberalismo, el parlamentarismo y el marxismo, nos indica el camino a lo originario como solución para un mundo en crisis.
Y si es válido para el mundo de la Alemania en crisis de entreguerras, cualquier época en crisis puede escuchar la voz de Jünger, reclamando que para salir de un atolladero como el actual no hay más remedio que volverse a la Tradición que es lo originario, que podemos aguardar que vuelva de nuevo por sus fueros: como el implacable manotazo de una ola colosal que hunde un barco, con la fuerza de una tempestad de acero, como la terrible erupción de un volcán. Los elementos no conocen el diálogo con la humanidad, ni siquiera con esa secta de la humanidad que forman todos aquellos parlanchines que exigen derechos y que se han conjurado contra la naturaleza de las cosas, contra el orden natural, queriéndole dictarle sus "leyes" a la Naturaleza.

TRADICIÓN EN ERNST JÜNGER: MOMENTO CONSTITUTIVO, CUSTODIANTE Y DEFENSIVO



En la lengua alemana hay dos términos para nuestra palabra "tradición": "Überlieferung" y "Tradition". Por lo común, los términos se emplean indistintamente, a excepción de algunos casos como el que constituye el uso filosófico que le dio Martin Heidegger. Cuando Heidegger se refiere a la "tradición" con el vocablo "Tradition" lo hace identificando esa "tradición" con una particular tradición filosófica occidental, la que -según Heidegger- ha olvidado la pregunta por el ser: "La tradición (Tradition) llega a hacer olvidar totalmente tal origen" -dirá Heidegger en "Sein und Zeit". Sin embargo, "Überlieferung" (tradición/transmitir/entregar) lo emplea para expresar algo más dinámico y decisivo: "Si todo "bien" es hereditario y el carácter de los bienes radica en el hacer posible la existencia propia, entonces se constituye en el "estado de resuelto", en cada caso, la tradición de una herencia".

Aunque no es momento de internarse en la filosofía heideggeriana, sería oportuno indicar que lo que Heidegger llama "estado de resuelto" es el más peculiar modo de ser de la existencia auténtica frente a la existencia inauténtica y gregaria. Heidegger rechaza la "Tradition" consistente en ese corpus acumulado a lo largo de la filosofía occidental, pues esa "Tradition" acarrea consigo "que con todo su historiográfico interés y todo su celo por una exégesis filológicamente "positiva", el "ser ahí" ya no comprende las condiciones más elementales y únicas que hacen posible un regreso fecundo al pasado en el sentido de una creadora apropiación de él".

Esa "Tradition", para Heidegger, obtura el acceso al origen, pero la "Überlieferung" nos permite el retorno al origen "reapropiándonos" de él.

Sin llegar a establecer tan sutiles distingos como los que marca la filosofía heideggeriana, podemos decir que Ernst Jünger llega a conclusiones similares. La tradición (Tradition/Überlieferung: nosotros no vamos a diferenciar entre ambos vocablos germanos) no puede ser un afán museístico, sino que tiene que ser algo dinámico -tal y como lo habían entendido nuestros pensadores tradicionalistas (Vázquez de Mella, v. gr.) Para hacernos cargo del dinamismo de la auténtica tradición (y no de la tradición entendida como "museísmo" o veneración de fósiles) el mismo Jünger nos ofrece un pasaje digno de reflexionar:

"La historia es la tradición que un poder victorioso se otorga a sí mismo. Así es como las familias romanas retrotraían su origen hasta los semidioses y así es como habrá de escribirse una historia nueva a partir de la figura del trabajador".

("El Trabajador. Dominio y figura".)

La tradición es algo dinámico, el sujeto de la tradición no permanece pasivo como un recipiente que acoge lo que le dan las generaciones anteriores, sino que ejerce una labor activa en cuanto que, al valorar lo recibido, rechazará algunos elementos heredados y acogerá otros. No es, por lo tanto, un mero recibir, sino más bien un reelaborar lo recibido y otorgárselo a la misma comunidad como fuente de legitimación.

Esto que puede parecer algo complicado de comprender es lo que hemos visto a lo largo de toda la historia, Jünger pone el ejemplo de los romanos que remontaban sus ancestros a los semidioses: el mito es así una fuente de legitimación. En la España de nuestros días basta pensar en lo que se ha hecho con el mito de las Tres Culturas, se ha reinventado todo un pasado mítico de convivencia idílica entre judíos, musulmanes y cristianos y, a partir de esa reinvención, inspirada en Ámérico Castro y otros, se ha desfigurado no sólo el pasado histórico de España, sino su presente y su futuro. Es obvio que a los poderes fácticos poco importa la verdad de sus teorías, ni siquiera la solvencia intelectual de los artífices de esas teorías que se reapropian para configurar nuestro pasado, nuestro presente y nuestro porvenir. Américo Castro era filólogo y no puede llamársele historiador, pero eso poco importa: lo que les importaba a las elites que divulgan la teoría de Américo Castro hasta haberla hecho hegemónica no era el amor por la verdad, sino la construcción de todo un discurso que disolviera la identidad histórica de los verdaderos españoles en aras de la multiculturalidad, ahogando la identidad hispánica; y hasta tal punto que los hay hoy -tras muchas décadas de machacar con este absurdo del triculturalismo- que, descendientes de cristianos viejos, todavía se piensan descender de moriscos o judíos.

Volviendo a Jünger, digamos que éste se ocupó de reflexionar sobre nuestro tema en un texto que tituló "La Tradición", publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), revista de los Stahlhelm (Cascos de acero), en 1925. En dicho ensayo breve, el Mago de Wilflingen nos dice: "La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender: esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y que debe transmitir con dignidad. El hombre del presente representa el ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre futuro."

Las tres acciones que se relacionan con la Tradición son "crear", "custodiar" y "defender". La Tradición tiene, por lo tanto, un momento "creador" (preferimos llamarlo "momento constituyente") y, para que se prolongue en el tiempo, se requiere una permanente "labor custodiante" y, llegado el caso, una decidida "disposición defensiva". Lo que he llamado, glosando el pasaje de Jünger, "labor custodiante" podría confundirse con lo que he denominado "disposición defensiva": custodiar es, en un sentido amplio, defender; pero considero muy conveniente que estos dos verbos no los entendamos aquí como equivalentes, pues en lo que atañe a la "labor custodiante" habría que pensar en todo lo que comporta de actitud vigilante la conservación de una tradición. Ésta ha de ser vigilada, custodiada, para evitar que se relajen sus portadores y se desvirtúe y corrompa la misma tradición, mientras que en la "disposición defensiva" hablaríamos más bien de toda acción, intelectual o armada, conducente a preservar la tradición de cuantos enemigos pugnen por hostigarla o destruirla. Hay que ejercer, por lo tanto, la "custodia", salvaguardando que los mismos que participan de la tradición la puedan desviar por caprichos o incurias, pero también hay que estar dispuesto a defender la tradición contra cuantos -propios o extraños- quieran destruirla.

La custodia de la tradición no es impedir a todo trance cambios en lo accidental, para ello Jünger nos propone el ejemplo de un edificio que puede cambiar con el tiempo. Esta metáfora arquitectónica la traslada más tarde a la organización política, no olvidemos que es el año 1925 cuando Jünger escribe este ensayo que comentamos:

"Ayer teníamos un imperio, hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza."

Lo que hay que custodiar de la tradición es el modo de ser propio, una ética y una estética, una moral y un estilo propios que se han perpetuado a lo largo de siglos hasta tal punto que (válgannos estos ejemplos) podemos reconocer como hispánica la defensa de Numancia lo mismo que la de Baler, o la del Alcázar de Toledo. Es por ello por lo que Jünger demanda a sus compatriotas que prescidan -si es menester- de lo exterior, pues "la ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual juventud, [es] lo que constituye la señal de una falta de fuerza interior."

Y reclama imperativamente: "No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación: empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante."

Pues, en lo interior es donde tiene que mantenerse la tradición, a salvo de la violación del enemigo, pues la tradición no es algo antiguo, que nos gusta más o nos gusta menos, sino que es cuestión de vida o muerte, por eso exhorta a los alemanes a ser "todo aquello que sois":

"Sed en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro pasado vivirán en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse en cualquier sala de cine ciudadana."

A título de recapitulación podemos terminar concluyendo:

-A diferencia de la lengua alemana, en castellano no disponemos de dos vocablos para la palabra "tradición". Podríamos hablar de "transmisión" o, ya lo veremos en su momento, de "entrega". No tenemos que compartir la diferencia que marca Heidegger entre "Tradition" y "Überlieferung", pues lo que Heidegger identifica como la "Tradition" (la metafísica occidental y el olvido del ser que ésta entraña) son cuestiones particulares de la filosofía y, en concreto, de la filosofía de Heidegger, pero sí que podríamos advertir que no son pocos los que confunde la "tradición" con actitudes meramente pasivas, en el mejor de los casos de veneración por la antigüedad, mientras que conviene tener muy claro que la tradición es algo muy distinto: es activa. Aquí vendría bien recordar la parábola de los talentos, cuando Jesucristo nos presenta al que guardó y no arriesgó como el peor de todos aquellos que recibieron algo; pues el sentido exacto de la tradición sería ese mismo, no conformarse con enterrar lo que se nos ha entregado, sino hacerlo correr, hacerlo vida.

-La tradición reapropiada (expeliendo de ella cuanto estorbe en el presente para conquistar el futuro) es, como dice Jünger, la fuente de una legitimidad del poder y acomoda la historia a sus conveniencias, suprimiendo de ella todo cuanto atenta al ser de la comunidad que vive la tradición y la transmite.

-La tradición es acción: ha sido constituída, instituida en el pasado (la podemos instituir nosotros para el futuro), pero hay que custodiarla para impedir que, bajando la guardia, se malogren las conquistas de todo tipo que ha permitido esa tradición. La tradición hay que defenderla de sus enemigos: de todos cuantos, formando parte de la comunidad, la denigran, adulteran o pugnan por tacharla: con su "traición" ponen en peligro a la comunidad que es la que es gracias a esa tradición. También hay que defenderla contra los ajenos que nos quieren imponer sus propias "tradiciones" extrañas: nocivas y mortíferas para la comunidad.

-Es en el interior donde hay que conservar celosamente la tradición, la exhibición externa de la misma no es mala, siempre y cuando no se confunda con una actitud superficial que vacía el sentido auténtico de lo que se es.