jueves, 9 de febrero de 2017

EL CARLISMO Y UNAMUNO





QUIEN NIEGA LA HISTORIA, SE CONDENA A LA INTRAHISTORIA: EL CASO UNAMUNO

Manuel Fernández Espinosa
 

El 28 de febrero de 1934, en pleno discurso parlamentario, José Antonio Primo de Rivera fue interrumpido por el Señor José Antonio Aguirre que pocos años después sería lehendakari vasco. José Antonio abogaba por la españolidad de las más eminentes figuras intelectuales vascas del momento y decía: “todas las mejores cabezas del pueblo vasco, todos los vascos de valor universal, son entrañablemente españoles y sienten entrañablemente el destino unido y universal de España. Y si no, perdóneme el señor Aguirre una comparación: de los vascos de dentro de esta Cámara tenemos a don Ramiro de Maeztu; de los vascos de fuera de la Cámara tenemos a don Miguel de Unamuno”.

Aguirre no pudo contenerse y le dijo a José Antonio Primo de Rivera:
 

-¿Me perdona Su Señoría una pequeña interrupción? Es para hacer las advertencias de que los vascos de peores cabezas, que somos nosotros, somos, precisamente, los que tenemos la adhesión del pueblo. Esos señores como Maeztu y Unamuno, a quienes yo, por otra parte, respeto extraordinariamente, van a nuestro pueblo y nuestro pueblo los repele. ¿Por qué? Porque no han sabido interpretar sus sentimientos”.

A ninguno de los dos, ni a José Antonio Aguirre ni a José Antonio Primo de Rivera, les faltaba razón.


Dejando a un lado a Maeztu, concentrémonos en Unamuno para concertar el contenido de este artículo con el título que lo encabeza. Unamuno es el primero de los intelectuales, en un sentido moderno, que aparecen en el panorama español. Esto quiere decir que, además de su carrera académica (profesor de Griego y Rector de la Universidad de Salamanca), su carrera literaria (ensayos, novelas, teatro y poesía), desarrolló a lo largo de su vida una actividad periodística con vocación de crear opinión y liderarla. Como pensador, como autor literario, gozó en vida del honor de ser uno de los españoles más reconocidos fuera de nuestras fronteras, traducido al alemán por Otto Buck, al italiano y a muchas otras lenguas. En 1933, un año antes de este discurso de José Antonio Primo de Rivera, interrumpido por Aguirre Lecube, Hermann Hesse lo comparaba a los caballeros andantes y decía de Unumano que en su obra escrita: “descubrimos todo el fuego de la religiosidad y el apasionamiento hispanos”.


Desde la atalaya intelectual europea (Hermann Hesse), también desde la española (José Antonio Primo de Rivera, que no dejaba de ser un intelectual que estaba al tanto de todo cuanto se hacía en las Letras españolas y europeas) podía verse en Unamuno a una de las mentes más sobresalientes de la literatura y el pensamiento hispánico. Sin embargo, en lo político, Unamuno fue (todo el mundo lo sabe) de una volubilidad que los hombres prácticos no podían perdonar. Simpatizante del federalismo, afiliado al Partido Socialista Obrero Español, para más tarde abandonarlo; a la contra de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera; a la contra de la Segunda República; a la contra de Millán Astray, Unamuno compartió el sino de cuantos filósofos han flirteado con la política activa desde Platón a Heidegger, pasando por Ortega y Gasset: el viaje a Siracusa.


José Antonio Aguirre llevaba razón: Unamuno encontraba el rechazo en Vizcaya. No pudo acomodarse en Bilbao, por mucho que lo intentara y por si fuese poco, aunque hablaba eusquera y era un especialista filólogo, había denostado la lengua vernácula, a favor del uso del español por razones varias, basadas en las corrientes filológicas que Unamuno seguía. Eso era una razón para que los vascos de todo signo político, no solo los nacionalistas como Aguirre, vieran en Unamuno a una especie de “traidor”. En aquel entonces, el carlismo estaba fuerte en las provincias vascas y los carlistas, al igual que los nacionalistas vascos, tampoco simpatizaban mucho con el Rector de Salamanca: además de su actitud hostil al eusquera, Unamuno no había hecho nunca un gesto de simpatía por el carlismo, ni en lo público ni en lo privado. Al menos por el carlismo organizado e histórico.

Sin embargo, a Unamuno debemos el monumento literario más imperecedero del carlismo: su novela “Paz en la guerra”. En 1898, en aquella correspondencia abierta y pública que sostuvo con Ángel Ganivet, publicada por “El Defensor de Granada”, Unamuno le confesaba a Ganivet:


“El carlismo popular, que creo haber estudiado algo, es inefable, quiero decir, inexpresable en discursos y programas; no es materia oratoriable. Y el carlismo popular, con su fondo socialista y federal y hasta anárquico, es una de las íntimas expresiones del pueblo español. Algo más adelantaríamos si nuestros estadistas, o lo que sean, en vez de atender a las idas y venidas de don Carlos, y hacer caso de los periódicos del partido o de las predicaciones de éste o de aquel Mella que toma al carlismo de materia oratoriable y de sport político, se fijasen en las necesidades de los pueblos, en las íntimas, en las que no se expresan.”


En la misma carta a Ganivet, Unamuno establece una dicotomía entre el “carlismo popular” que celebra por su fondo, interpretado a la manera de Unamuno: socialista, federal y anárquico y el “carlismo oficial” que toma consistencia en la agitación política organizada, encarnado en el pretendiente al trono español y en sus hombres de confianza, como en ese entonces lo era Vázquez de Mella. El carlismo oficial le parece superficial, mientras que el carlismo popular obtiene de Unamuno una aprobación íntima.


A Unamuno el “tradicionalismo” digamos que convencional: el que había cristalizado en el carlismo, aunque hubiera conocido diversas escisiones como el integrismo nocedaliano, se le aparecía como una impostura histórica. Por eso, en ese mismo epistolario con Ganivet, escribirá:


“Pero aquí [en España] se ha hecho de la fe religiosa algo muy picudo, agresivo y cortante, y de aquí ha salido ese jacobinismo seudorreligioso que llaman integrismo, quintaesencia del intelectualismo libresco".


La línea que sostiene ante Ganivet y la opinión pública en 1898 encuentra su antecente en el ensayo “La tradición eterna” (1895) que formará parte del conjunto de ensayos publicados como libro bajo el título “En torno al casticismo”. Es ahí donde Unamuno identifica el “carlismo-tradicionalismo-integrismo” históricos con una suerte de antinatural jacobinismo, diciendo de sus sostenedores que: “execrando del jacobinismo, son jacobinos”. A lo largo de toda su obra, Unamuno aludirá a la existencia de dos tradiciones: la "tradición eterna" y la que él llama la "tradición falsa", la "tradición falsa" corresponde al tradicionalismo representado tanto por el sector académico: el neo Juan Manuel Orti y Lara y Marcelino Menéndez y Pelayo, ambos fueron profesores de Unamuno y su relación no fue todo lo buena que era de esperar; como el sector político de los Nocedal y Vázquez de Mella.


La opinión que a Unamuno le merecían los líderes del tradicionalismo histórico no puede ser más severa. Su actitud es hostil y no parece que haya conciliación. Sin embargo, los trabajos de investigación de campo que realizó Unamuno para su novela “Paz en la guerra”, la misma novela y la correspondencia pública y privada (con su amigo Mújica por ejemplo), dan pruebas de que Unamuno se sintió atraído, incluso fascinado pudiéramos decir por la vitalidad del carlismo popular.

La razón más profunda de lo que pudiéramos llamar “incomprensión” del carlismo por parte de Unamuno reposa sobre una de las ideas fundamentales de su pensamiento: la animadversión manifiesta que sentía por lo histórico y la adhesión que sentía por lo que él llamaba “intrahistórico”. En el mundo conceptual de Unamuno, lo “histórico” se relaciona con el tiempo, categoría que lógicamente tanto inquietaba a quien no dejaba de pensar en la inmortalidad de su “yo”, se relaciona con el ruido y lo pasajero, con lo transitorio y alterable, con lo expreso y “oratoriable”. Lo “intrahistórico”, en cambio, se relaciona con la eternidad, con el silencio y lo inmutable, con lo permanente y verdadero, con lo “inefable” (el carlismo popular… es inefable) y auténtico. Pero, claro está: una cosa es captar ese "carlismo popular", como hizo Unamuno, y otra muy distinta que ese "carlismo popular" reconociera a Unamuno que, a fin de cuentas, no era otra cosa que un intelectual, ajeno a las inquietudes de esos "intrahistóricos" fieles al "Dios, Patria, Fueros y Rey".

Llevando el “carlismo popular” al seguro resguardo de lo “intrahistórico”, Unamuno se proponía salvar lo que creía esencial del carlismo: el fondo ibérico, que para Unamuno era de naturaleza anarquistoide ("hasta anárquico" -dice arriba), las libertades de las comunidades locales articuladas entre sí en una unidad superior (el federalismo) y la sociedad tradicional con todos sus vínculos de ayuda mutua (el socialismo; nunca marxista: Karl Marx siempre resultó antipático a Unamuno). Con ello, prescinde de lo religioso en clave católica (rechaza el catolicismo confesional) y le trae sin cuidado lo que se haga del Rey. El cuatrilema carlista queda reducido unamuniamente a: “Patria y Fueros”.


Su particular interpretación del carlismo no podía conciliarse con el carlismo histórico: el "carlismo intrahistórico" solo estaba en la mente de Unamuno, no en la realidad práctica. Era por ello que Aguirre, el nacionalista, podía decirle a José Antonio que: Unamuno (o Maeztu) “van a nuestro pueblo y nuestro pueblo los repele”. La intelectualización que hizo Unamuno del carlismo le obstaculizaba la simpatía carlista. La reprobación que hizo Unamuno del nacionalismo vasco le obstaculizaba la simpatía nacionalista.


La preferencia de Unamuno por la “intrahistoria” lo condenó a ser un extraño en la “historia”. El Rector de Salamanca, a fuer de teórico de lo “intrahistórico”, terminó siendo un contradictorio extemporáneo: alguien que en sus vaivenes estuvo con todos y terminó con todos dándose de cabezazos, que para eso era una de las “mejores cabezas”.


BIBLIOGRAFÍA:
 

“Escritos políticos” (1914-1962), Hermann Hesse.
 

“Idearium español con El Porvenir de España”, Ángel Ganivet.
 

“En torno al casticismo”, Miguel de Unamuno.
 

“Epistolario inédito”, Miguel de Unamuno.
 

“Textos de doctrina política de José Antonio Primo de Rivera”, Editado por la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista de las JONS.
 

“Miguel de Unamuno”, Jon Juaristi.