martes, 29 de diciembre de 2015

ESPÍAS EN EL CÁUCASO


Soldados rusos avanzan con cautela en el escenario bélico de Chechenia

HAY ALGUIEN QUE NO QUIERE QUE RUSIA LEVANTE LA CABEZA
 

Como un gigante que se derrumba, aplastando todo en su caída, el desmoronamiento de la U.R.S.S. no sólo supuso la cancelación del sistema comunista, sino la fragmentación del gran imperio ruso que fue primero zarista y, tras la revolución bolchevique, se transmutó en soviético. El Cáucaso ha sido siempre una zona conflictiva, codiciada por los varios y más poderosos imperios desde antiguo hasta el presente: Bizancio, Persia, Turquía, Rusia... La multiplicidad étnica, lingüística y religiosa de los pueblos del Cáucaso añade factores que se han mostrado decisivos en el desarrollo dramático de la Historia. Desde 1994 a 1996 se desarrolló la primera guerra ruso-chechena y, tras un paréntesis, estalló de nuevo el conflicto en 1999, duranto hasta el año 2009. Poco se sabe de esta guerra en occidente y menos todavía se sabe de la historia y la idiosincrasia de los pueblos contendientes. Para paliar este desconocimiento y adentrarnos en la problemática tenemos en español un libro: "Las montañas de Alá. La batalla por Chechenia", del enigmático reportero de la Agencia France Press*.

Este libro, a medio camino entre el reportaje de guerra, el libro de historia y viajes y la agitación y propaganda contra Rusia, tiene sus luces y sus sombras. El libro nos muestra la condición hospitalaria y belicosa del pueblo checheno a lo largo de su historia, pero el autor no mantiene la neutralidad. Ha confraternizado con los chechenos y empatiza con ellos, pero no hace lo mismo para comprender a los rusos, mostrando una flagrante hostilidad por Rusia. Si esta posición se debe a haber tomado partido, nos parece muy correcto, pero creemos que más bien se debe a obedecer unas consignas estratégicas de los grupos de poder que financiaron la estancia de Sebastian Smith en la zona: digámoslo claramente, aquellos cuyos intereses entran en conflicto con los intereses rusos, por mucho que quieran disimular su animadversión contra Rusia en nombre del humanitarismo. Sin embargo, el libro es ameno, de ágil prosa, profuso en datos históricos y, aunque se nota que es propaganda anti-rusa, nos acerca a una cuestión que por exótica y compleja apenas disponemos de literatura alternativa.



Por "Las montañas de Alá" nos enteramos, siquiera de pasada, de las labores del espionaje británico en la zona, allá por el siglo XIX. Décadas antes de estallar la "Guera de Crimea", las potencias occidentales recelaban del poderío que Rusia estaba cobrando y destacaron a sus agentes especiales sobre el terreno. Ni a Turquía ni a Londres interesaba que Rusia se expandiera, pudiendo amenazar la hegemonía británica sobre la India o aproximándose a la zona de influencia turca. El agente británico de aquel entonces fue James Bell, que escribió "Residence in Circassia: 1837, 1838, 1839". Sebastian Smith escribe:

"Uno de los relatos más convincentes de testimonios presenciales de las luchas circasianas fue el dejado por James Bell, uno del puñado de británicos que desempeñaron papeles no oficiales entre bastidores, alentando a los rebeldes, aunque como todas las pruebas sugieren con poca ayuda concreta de Londres. En su "Residencia en Circassia: 1837,1838, 1839"..."
Es como si Smith nos guiñara el ojo. Este tipo de libros satisface nuestra curiosidad geográfica, etnográfica e histórica, pero haremos bien en leerlos como lo que son: instrumentos literarios al servicio de intereses que no se confiesan.

*Llamamos "enigmático" a Sebastian Smith, pues
aunque es un asiduo reportero de la prensa internacional y firma sus trabajos con este nombre y apellido, poco sabemos de su identidad real.


Del libro: "Las montañas de Alá. La batalla por Chechenia". Sebastian Smith
Ediciones Destino, Colección Imago mundi, 2001. 432 páginas.

martes, 8 de diciembre de 2015

LA VERDAD SE SUBIÓ AL CIELO

Hacía tiempo que quería escribir sobre Astrea, la diosa de la Justicia (y también veremos abajo que la misma personificación mítica de la Verdad). 





LA VERDAD (JUSTICIA) SE SUBIÓ AL CIELO
Manuel Fernández Espinosa
 


Si un vocablo se repite en los siglos XVI y XVII (en los tratados políticos, en la literatura, en la correspondencia epistolar...), bien lo sabemos los que nos desenvolvemos con documentación de esa época, es la palabra "disimulación". Y nos equivocamos si pensamos que el único en proponerla como estrategia política es Maquiavelo. Tanto en la praxis política como en la ética, se impone en los tratadistas politológicos y morales la "disimulación". Así Baltasar Gracián:

"No condenar solo lo que a muchos agrada. Algo hay bueno, pues satisface a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y cuando errónea, ridícula; antes desacreditará su mal concepto que el objeto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no sabe topar con lo bueno, disimule su cortedad y no condene a bulto, que el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dicen, o es, o quiere ser." (Oráculo manual y arte de prudencia).

O citemos a Diego de Saavedra Fajardo, cuando en su empresa XVIII recomienda al príncipe cristiano:

"Disimule la noticia de los vicios hasta que pueda remediallos con el tiempo, animando con el premio a los buenos y corrigiendo con el castigo a los malos, y usando de otros medios que enseña la prudencia" (Idea del príncipe político christiano representada en cien empresas).

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos define el verbo "disimular" en cinco acepciones, a saber: 1. Encubrir con astucia la intención. 2. Desentenderse del conocimiento de algo. 3. Ocultar, encubrir algo que se siente y padece. 4. Tolerar, disculpar un desorden, afectando ignorarlo o no dándole importancia. 5. Disfrazar u ocultar algo, para que parezca distinto de lo que es.

En todos sus sentidos, disimular es impedir que se vea algo: la intención, la noticia, el sentimiento o la pasión, el desorden o la realidad tal y como es. Por eso no es de extrañar que en aquella época, cuando el disimulo triunfaba, no fuesen pocos los que hicieron suyo un tópico que tiene una larga historia y que reza así: "La verdad se fue al cielo".

En el origen del tópico "La verdad se fue al cielo" creo que sería oportuno recurrir a la mitología griega, cuando los poetas nos cuentan que la titánide Astrea, hija de Zeus y Temis, fue la última de los inmortales en abandonar la tierra. Astrea es la antigua diosa de la Justicia, anterior a Dike y, según los poetas griegos, Astrea se fue de la tierra cuando la Edad de Oro dio paso a la Edad de Bronce. Zeus convirtió a Astrea en una de las estrellas de la constelación de Virgo y la balanza de la Justicia fue, desde entonces, la constelación de Libra. Se la representa en figura de diosa con alas, envuelta en una ígnea aureola, portadora de una antorcha y los rayos de Zeus.

Lope de Vega, en un famoso poema "A mis soledades voy" dice:

"Dijeron que antiguamente


se fue la verdad al cielo;

tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto."

Francisco de Aldana es menos parco que Lope y así, con este primor, nos relata el apólogo sobre el cual se basa el tópico:

"Fue la Verdad con alas de paloma
desdeñando habitar nuestras cabañas
y en su lugar, como después del día
la noche acude, la Mentira vino,
y porque al mundo vio tan amoroso

y dado a lo exterior, se ornó la infame

de cabello sotil, dorado y crespo,

tomó los labios del color que muestran
la púrpura, la grana y los corales,
cubrióse de oro y plata en rico traje
alcoholó las cejas y nombróse

Verdad. ¡Ved qué mentira tan notable!
".

Tambien podemos encontrar referencias a este apólogo en Villalón, en Cervantes, en Mateo Alemán, en Francisco de Quevedo y en Baltasar Gracián: en fin, toda nuestra tradición literaria se hace eco de esa mítica fuga de la verdad que, cuando menos se pensaban los hombres, habíase ido al cielo, dejando a la tierra en un desorden como pocos.

Teniendo en cuenta el mito del catasterismo de Astrea (la Justicia), podemos decir que aquí, la verdad de la que nos hablan nuestros poetas es la misma Astrea, la primitiva y originaria Justicia de la edad de oro hesiódica.

Sirvan estas líneas para comprender mejor a nuestros clásicos, pues tanto el apólogo (con sus leves variaciones) como las alusiones a él son, como puede suponerse con las citas hechas por nosotros, uno de los tópicos de nuestra mejor literatura.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ERNST JÜNGER Y EL CONCEPTO DINÁMICO DE TRADICIÓN




ERNST JÜNGER: LA TRADICIÓN ELEMENTAL DE LO ORIGINARIO (I)

Texto base para la conferencia pronunciada el 5 de diciembre de 2015 en la Sede Social Bernardo López García, de la Asociación Juvenil Iberia Cruor de Jaén.

Manuel Fernández Espinosa




La sociedad alemana de entreguerras presenta como pocas sociedades los síntomas de una profunda crisis en todos los órdenes. No es simplemente la inflación, la mecanización de la industria, la crisis económica lo que tenía a los alemanes exasperados, buscando soluciones drásticas. Una lectura económica, tan del gusto del liberal como del marxista (ambos anverso y revés del mismo espíritu burgués) no podrá explicar satisfactoriamente la época. Son otras las dimensiones y muchos otros los vectores que habría que considerar para explicarse aquella sociedad convulsionada; teniendo en cuenta que, como sabemos, el vector es una magnitud que, conteniendo la cuantía, nos exige considerar el punto de aplicación, la dirección y el sentido. Y uno de los vectores más significativos será la intelectualidad que ha regresado del frente, tras la derrota bélica. Y uno de los intelectos que, por fidelidad a los camaradas caídos en el frente, se aplicará a imprimir una dirección y darle un sentido a buena parte de sus lectores será el del escritor Ernst Jünger (1895-1998). Éste lo hace desde una posición conquistada: es un héroe de guerra, herido en combate y condecorado con las más altas distinciones del ejército alemán, su heroísmo le precede y le inviste de una autoridad como no podrán presentar otros.
Sus obras literarias más importantes, como introspección de la experiencia de la guerra, las escribirá del año 1918 a 1923: "Tempestades de acero", "La guerra como experiencia interior", "El bosquecillo 125", "Fuego y sangre". Pero no serán pocos los artículos que irá publicando en las revistas que abundan entre los llamados Cuerpos Francos: "Die Standarte", suplemento en un principio de "Der Stahlhelm", será una, pero no la única. El cierre de estas revistas por la censura de la República de Weimar no impedirá que surjan otras: "Arminius", "Der Vormarsch", "Widerstand", etcétera. Puede considerarse como un abigarrado entramado de medios de prensa que responde a los múltiples grupos de soldados que se han quedado sin guerra y no pueden adaptarse a la "paz" y, menos todavía, a una vergonzosa paz que humilla todos los sacrificios consumados en el frente. Se está fraguando así el llamado "nacionalismo de los soldados".
Jünger se referirá constantemente a esos años, en los que los viejos camaradas que habían estado en el frente se reunían en las tabernas o en las mansardas para discutir, mientras bebían, la deriva de los acontecimientos y qué hacer. Por ese tiempo hubo en Alemania no pocos visionarios, como el Lorenz de la novela jüngeriana "Abejas de cristal": "Por entonces -escribe Jünger- todos teníamos una idea fija; era una característica peculiar que siguió a aquella guerra. La suya [la de Lorenz] consistía en que las máquinas eran el origen de todos los males. Quería volar las fábricas, redistribuir la tierra y convertir el país en un imperio rural. Así todos vivirían sanos, felices y en paz. Para sustentar esta opinión había adquirido una pequeña biblioteca, dos o tres hileras de libros, gastados a fuerza de leerlos, sobre todo de Tolstoi (que era su ídolo) y también de anarquistas primitivos como Saint-Simon. [...] El pobre no sabía que hoy no existe más que una única reforma agraria: la expropiación".
Este Lorenz puede ser el personaje ficticio de una novela, pero como señala Rüdiger Safranski: "Casi todas las ciudades contaban con uno o más "salvadores". En Karlsruhe, alguien que se hacía llamar Torbellino Originario prometía a sus adictos la participación en las energías cósmicas; en Stuttgart actuaba un Hijo del Hombre que invitaba a una redentora cena vegetariana; en Düsseldorf un nuevo Cristo predicaba el inminente final del mundo e invitaba a retirarse en la meseta montañosa Eifel. En Berlín el Monarca Espiritural Ludwig Haeusser llenaba grandes salas, donde exigía "la más consecuente ética de Jesús" en el sentido del comunismo originario, propagaba la anarquía del amor, y se ofrecía a sí mismo como "caudilllo para la única posibilidad de evolución superior del pueblo, del Imperio y de la humanidad". Los numerosos profetas y sujetos carismáticos de aquellos años tienen casi todos una actitud milenarista y apocalíptica...". Tal vez el caso más famoso fue el que protagonizó en el verano de 1920 un tornero de Alsacia por nombre Friedrich Muck-Lamberty que recorrerá los caminos sumando gente de todas las edades, sobre todo jóvenes, que se agrupan para escucharlo y que formarían el fenómeno llamado "Neue Schar" (la Nueva Grey). Visionarios como estos que fueron personajes históricos hoy olvidados asoman en la literatura alemana de la época. Alemania era escenario de esta especie de histeria colectiva tras la Gran Guerra: al traumatismo causado por las incontables pérdidas humanas, se sumaba la humillación y la incertidumbre por el futuro, por si fuese poco; y todo ello hirviendo en un recipiente modelado por el romanticismo que informa la cultura alemana desde el siglo XIX (su filosofía, su literatura, su música, su teología...)
Thomas Mann, retrospectivamente, escribiría: "Pero el intelecto del hombre civilizado, sea ese intelecto burgués o simplemente civilizado, no puede sustraerse a una sensación de malestar. Puesta en contacto con el espíritu de la filosofía vital, con el irracionalismo, la teología corre peligro de convertirse en demonología" ("Doktor Faustus"). En efecto, las corrientes vitalistas que afloraron en la Alemania de entreguerras, casi todas con un alto ingrediente nietzscheano, derivaron no pocas veces a sectas que combinaban más o menos extraños elementos del ocultismo y la magia. Sin embargo, en Thomas Mann habla el burgués que siente descomponerse todas las seguridades de su mundo. No obstante, el genio literario de Mann supo captar lo que estaba sucediendo en Alemania; aunque tampoco era difícil captarlo, pues Jünger y otros lo proclamaban. Mann lo resumió en la misma novela "Doktor Faustus":
"Necesitamos un sistematizador, un maestro de la objetividad y de la organización, lo bastante genial para combinar el renacentismo, y aun el arcaísmo, con la revolución" -le dice el protagonista al personaje que hace de su biógrafo en esta novela monumental.
Y bien, ese sistematizador, ese maestro de la objetividad y de la organización, el genio que combinaría perfectamente el arcaísmo con la revolución, sostengo yo, no era otro que Ernst Jünger. No digo que Thomas Mann pensara en Jünger cuando escribió estos renglones, pero si había en Alemania alguien capaz de lograr esa "síntesis" de "arcaísmo" y "revolución", la que reclamaba el Adrian Leverkühn del "Doktor Faustus", ese fue Ernst Jünger. Es lo que más tarde llamará "Revolución Conservadora" el que fuera secretario del mismo Jünger, Armin Mohler.
En Jünger el romanticismo había sido superado tras pasar por las tempestades de acero. En los años de entreguerras, como señala Alain de Benoist, Jünger "hace varios llamamientos para la formación de un frente unido de grupos y movimientos nacionales. Al mismo tiempo, trata -sin mucho éxito- de señalarles el camino de una necesaria autotransformación. También el nacionalismo precisa ser "trasmutado" alquímicamente. Debe desembarazarse de toda vinculación sentimental con la vieja derecha y convertirse en revolucionario, dando fe del declive del mundo burgués".
El estilo que define a Jünger será el "realismo heroico", una objetividad fría que mira los sucesos con otros ojos, "más allá del bien y del mal"; el mismo Jünger escribirá: "Nosotros dejamos la postura de que hay un tipo de revolución que al mismo tiempo apoya el orden, para todos los Biedermänner [filisteos de la cultura]. Pues, ¿qué tiene que ver lo elemental con lo moral?".
Uno de los correligionarios de Jünger, durante estos años, Ernst von Salomon dirá (en una entrevista concedida a Jean-José Marchand) que fue Ernst Jünger quien le propuso a él y a otros "escribir una nueva enciclopedia". Jünger le decía a Salomon: "lo que quiero ahora, es la revolución espiritual. ¿Dónde comenzar? Los franceses nos lo enseñaron: escribir una nueva enciclopedia, revisar todos los conceptos". El resultado, según Salomon, fue eficaz: "Lo hicimos. Y los jóvenes escritores salieron de la derecha, lo que sorprendió entonces a todo el mundo." (La entrevista a Ernst von Salomon que referimos se ha visto por vez primera estampada en castellano en el número 24 de NIHIL OBSTAT).
Jünger y los suyos se distanciaban del "museísmo" (con ese vocablo se referían a la propensión -burguesa- de conservar los cachivaches del pasado burgués); la tradición que merece ser perpetuada no puede estar por más tiempo en la ficticia seguridad de un orden burgués, liberal, parlamentario: eso podía ser con anterioridad a la Gran Guerra del 14, pero tras vivir la experiencia bélica los valores burgueses de la seguridad y la prosperidad se han hecho añicos; y esto no solo es válido para los moldes políticos, también los moldes artísticos y religiosos están quebrados. Jünger escribiría en "Radiaciones": "Las pretensiones conservadoras, ya sea en el arte o en la política o en la religión, extienden cheques contra activos que ya no existen".
Dado que el mundo burgués del XIX, modelado por las ideas ilustradas del siglo XVIII, se ha desmoronado hay que aventurarse a crear, según sostiene Jünger, Tradición. O mejor que "crear" dijéramos que "reencontrarla". Bajo el barniz y los postizos de la civilización burguesa hay que excavar hasta dar con lo elemental y lo originario: "...a lo elemental, a una capa de la vida más profunda y más cercana al caos, que todavía no es ley, pero que esconde en sí nuevas leyes [...] una nueva relación para con lo elemental, el suelo materno". Y muchos años después, seguiría diciendo, en "Visita a Godenholm": "Una de las ideas de Schwarzenberg era que había que sumergirse otra vez desde la superficie hasta los "abismos ancestrales" si se deseaba establecer una auténtica soberanía".
Volverse a lo originario y elemental es un imperativo para poder legitimar un orden de distinto cuño que suprima el falso orden liberal bajo el que hemos estado sujetos. Lo elemental "todavía no es ley", pero "esconde en sí nuevas leyes". Esta es la gran aportación de Jünger que, rechazando los falsos ídolos del liberalismo, el parlamentarismo y el marxismo, nos indica el camino a lo originario como solución para un mundo en crisis.
Y si es válido para el mundo de la Alemania en crisis de entreguerras, cualquier época en crisis puede escuchar la voz de Jünger, reclamando que para salir de un atolladero como el actual no hay más remedio que volverse a la Tradición que es lo originario, que podemos aguardar que vuelva de nuevo por sus fueros: como el implacable manotazo de una ola colosal que hunde un barco, con la fuerza de una tempestad de acero, como la terrible erupción de un volcán. Los elementos no conocen el diálogo con la humanidad, ni siquiera con esa secta de la humanidad que forman todos aquellos parlanchines que exigen derechos y que se han conjurado contra la naturaleza de las cosas, contra el orden natural, queriéndole dictarle sus "leyes" a la Naturaleza.

TRADICIÓN EN ERNST JÜNGER: MOMENTO CONSTITUTIVO, CUSTODIANTE Y DEFENSIVO



En la lengua alemana hay dos términos para nuestra palabra "tradición": "Überlieferung" y "Tradition". Por lo común, los términos se emplean indistintamente, a excepción de algunos casos como el que constituye el uso filosófico que le dio Martin Heidegger. Cuando Heidegger se refiere a la "tradición" con el vocablo "Tradition" lo hace identificando esa "tradición" con una particular tradición filosófica occidental, la que -según Heidegger- ha olvidado la pregunta por el ser: "La tradición (Tradition) llega a hacer olvidar totalmente tal origen" -dirá Heidegger en "Sein und Zeit". Sin embargo, "Überlieferung" (tradición/transmitir/entregar) lo emplea para expresar algo más dinámico y decisivo: "Si todo "bien" es hereditario y el carácter de los bienes radica en el hacer posible la existencia propia, entonces se constituye en el "estado de resuelto", en cada caso, la tradición de una herencia".

Aunque no es momento de internarse en la filosofía heideggeriana, sería oportuno indicar que lo que Heidegger llama "estado de resuelto" es el más peculiar modo de ser de la existencia auténtica frente a la existencia inauténtica y gregaria. Heidegger rechaza la "Tradition" consistente en ese corpus acumulado a lo largo de la filosofía occidental, pues esa "Tradition" acarrea consigo "que con todo su historiográfico interés y todo su celo por una exégesis filológicamente "positiva", el "ser ahí" ya no comprende las condiciones más elementales y únicas que hacen posible un regreso fecundo al pasado en el sentido de una creadora apropiación de él".

Esa "Tradition", para Heidegger, obtura el acceso al origen, pero la "Überlieferung" nos permite el retorno al origen "reapropiándonos" de él.

Sin llegar a establecer tan sutiles distingos como los que marca la filosofía heideggeriana, podemos decir que Ernst Jünger llega a conclusiones similares. La tradición (Tradition/Überlieferung: nosotros no vamos a diferenciar entre ambos vocablos germanos) no puede ser un afán museístico, sino que tiene que ser algo dinámico -tal y como lo habían entendido nuestros pensadores tradicionalistas (Vázquez de Mella, v. gr.) Para hacernos cargo del dinamismo de la auténtica tradición (y no de la tradición entendida como "museísmo" o veneración de fósiles) el mismo Jünger nos ofrece un pasaje digno de reflexionar:

"La historia es la tradición que un poder victorioso se otorga a sí mismo. Así es como las familias romanas retrotraían su origen hasta los semidioses y así es como habrá de escribirse una historia nueva a partir de la figura del trabajador".

("El Trabajador. Dominio y figura".)

La tradición es algo dinámico, el sujeto de la tradición no permanece pasivo como un recipiente que acoge lo que le dan las generaciones anteriores, sino que ejerce una labor activa en cuanto que, al valorar lo recibido, rechazará algunos elementos heredados y acogerá otros. No es, por lo tanto, un mero recibir, sino más bien un reelaborar lo recibido y otorgárselo a la misma comunidad como fuente de legitimación.

Esto que puede parecer algo complicado de comprender es lo que hemos visto a lo largo de toda la historia, Jünger pone el ejemplo de los romanos que remontaban sus ancestros a los semidioses: el mito es así una fuente de legitimación. En la España de nuestros días basta pensar en lo que se ha hecho con el mito de las Tres Culturas, se ha reinventado todo un pasado mítico de convivencia idílica entre judíos, musulmanes y cristianos y, a partir de esa reinvención, inspirada en Ámérico Castro y otros, se ha desfigurado no sólo el pasado histórico de España, sino su presente y su futuro. Es obvio que a los poderes fácticos poco importa la verdad de sus teorías, ni siquiera la solvencia intelectual de los artífices de esas teorías que se reapropian para configurar nuestro pasado, nuestro presente y nuestro porvenir. Américo Castro era filólogo y no puede llamársele historiador, pero eso poco importa: lo que les importaba a las elites que divulgan la teoría de Américo Castro hasta haberla hecho hegemónica no era el amor por la verdad, sino la construcción de todo un discurso que disolviera la identidad histórica de los verdaderos españoles en aras de la multiculturalidad, ahogando la identidad hispánica; y hasta tal punto que los hay hoy -tras muchas décadas de machacar con este absurdo del triculturalismo- que, descendientes de cristianos viejos, todavía se piensan descender de moriscos o judíos.

Volviendo a Jünger, digamos que éste se ocupó de reflexionar sobre nuestro tema en un texto que tituló "La Tradición", publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), revista de los Stahlhelm (Cascos de acero), en 1925. En dicho ensayo breve, el Mago de Wilflingen nos dice: "La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender: esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y que debe transmitir con dignidad. El hombre del presente representa el ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre futuro."

Las tres acciones que se relacionan con la Tradición son "crear", "custodiar" y "defender". La Tradición tiene, por lo tanto, un momento "creador" (preferimos llamarlo "momento constituyente") y, para que se prolongue en el tiempo, se requiere una permanente "labor custodiante" y, llegado el caso, una decidida "disposición defensiva". Lo que he llamado, glosando el pasaje de Jünger, "labor custodiante" podría confundirse con lo que he denominado "disposición defensiva": custodiar es, en un sentido amplio, defender; pero considero muy conveniente que estos dos verbos no los entendamos aquí como equivalentes, pues en lo que atañe a la "labor custodiante" habría que pensar en todo lo que comporta de actitud vigilante la conservación de una tradición. Ésta ha de ser vigilada, custodiada, para evitar que se relajen sus portadores y se desvirtúe y corrompa la misma tradición, mientras que en la "disposición defensiva" hablaríamos más bien de toda acción, intelectual o armada, conducente a preservar la tradición de cuantos enemigos pugnen por hostigarla o destruirla. Hay que ejercer, por lo tanto, la "custodia", salvaguardando que los mismos que participan de la tradición la puedan desviar por caprichos o incurias, pero también hay que estar dispuesto a defender la tradición contra cuantos -propios o extraños- quieran destruirla.

La custodia de la tradición no es impedir a todo trance cambios en lo accidental, para ello Jünger nos propone el ejemplo de un edificio que puede cambiar con el tiempo. Esta metáfora arquitectónica la traslada más tarde a la organización política, no olvidemos que es el año 1925 cuando Jünger escribe este ensayo que comentamos:

"Ayer teníamos un imperio, hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza."

Lo que hay que custodiar de la tradición es el modo de ser propio, una ética y una estética, una moral y un estilo propios que se han perpetuado a lo largo de siglos hasta tal punto que (válgannos estos ejemplos) podemos reconocer como hispánica la defensa de Numancia lo mismo que la de Baler, o la del Alcázar de Toledo. Es por ello por lo que Jünger demanda a sus compatriotas que prescidan -si es menester- de lo exterior, pues "la ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual juventud, [es] lo que constituye la señal de una falta de fuerza interior."

Y reclama imperativamente: "No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación: empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante."

Pues, en lo interior es donde tiene que mantenerse la tradición, a salvo de la violación del enemigo, pues la tradición no es algo antiguo, que nos gusta más o nos gusta menos, sino que es cuestión de vida o muerte, por eso exhorta a los alemanes a ser "todo aquello que sois":

"Sed en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro pasado vivirán en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse en cualquier sala de cine ciudadana."

A título de recapitulación podemos terminar concluyendo:

-A diferencia de la lengua alemana, en castellano no disponemos de dos vocablos para la palabra "tradición". Podríamos hablar de "transmisión" o, ya lo veremos en su momento, de "entrega". No tenemos que compartir la diferencia que marca Heidegger entre "Tradition" y "Überlieferung", pues lo que Heidegger identifica como la "Tradition" (la metafísica occidental y el olvido del ser que ésta entraña) son cuestiones particulares de la filosofía y, en concreto, de la filosofía de Heidegger, pero sí que podríamos advertir que no son pocos los que confunde la "tradición" con actitudes meramente pasivas, en el mejor de los casos de veneración por la antigüedad, mientras que conviene tener muy claro que la tradición es algo muy distinto: es activa. Aquí vendría bien recordar la parábola de los talentos, cuando Jesucristo nos presenta al que guardó y no arriesgó como el peor de todos aquellos que recibieron algo; pues el sentido exacto de la tradición sería ese mismo, no conformarse con enterrar lo que se nos ha entregado, sino hacerlo correr, hacerlo vida.

-La tradición reapropiada (expeliendo de ella cuanto estorbe en el presente para conquistar el futuro) es, como dice Jünger, la fuente de una legitimidad del poder y acomoda la historia a sus conveniencias, suprimiendo de ella todo cuanto atenta al ser de la comunidad que vive la tradición y la transmite.

-La tradición es acción: ha sido constituída, instituida en el pasado (la podemos instituir nosotros para el futuro), pero hay que custodiarla para impedir que, bajando la guardia, se malogren las conquistas de todo tipo que ha permitido esa tradición. La tradición hay que defenderla de sus enemigos: de todos cuantos, formando parte de la comunidad, la denigran, adulteran o pugnan por tacharla: con su "traición" ponen en peligro a la comunidad que es la que es gracias a esa tradición. También hay que defenderla contra los ajenos que nos quieren imponer sus propias "tradiciones" extrañas: nocivas y mortíferas para la comunidad.

-Es en el interior donde hay que conservar celosamente la tradición, la exhibición externa de la misma no es mala, siempre y cuando no se confunda con una actitud superficial que vacía el sentido auténtico de lo que se es.

jueves, 5 de noviembre de 2015

GUY FAWKES, UN INGLÉS AL SERVICIO DE ESPAÑA

 
REMEMBER, REMEMBER, THE FIFTH OF NOVEMBER

Manuel Fernández Espinosa
 
 
"En el día 5 de Noviembre se celebra el aniversario de la famosa conjuración, cuando quisieron volar con pólvora el Parlamento: maldad atribuida a los papistas. Algunos días antes andan los chicos pidiendo dinero por las calles para quemar al Papa. En el día del aniversario, la gente rica se emborracha en banquetes suntuosos; las viejas van a rezar a la iglesia (donde se celebra con oficio particular el suceso); los muchachos y la gente del pueblo pasean por la ciudad varias figuras de paja, perfectamente parecidas al pelele que se mantea en Madrid el Martes gordo. Estas figuras representan, en su opinión, al Papa; entretiénense todo el día con él, le insultan, le silban, le escupen, le tiran lodo, le arrastran por las patas, le dan pinchazos, y al fin muere quemado a la noche, con grande satisfacción y regocijo público".
 
De "Apuntaciones sueltas de Inglaterra" es esta anotación de Leandro Fernández de Moratín. Moratín nos proporciona aquí la descripción de una más de las bárbaras "tradiciones" inglesas, de la cual él es testigo a finales del siglo XVIII. Como podemos ver, los ingleses cuentan con una larga tradición de antipatía.

Guy Fawkes es capturado

 


Para llegar al origen de esta tradición londinense de "quemar al Papa" es preciso, en efecto, remontarnos al 5 de noviembre de 1605, cuando el yorkiano católico Guy Fawkes fue capturado cuando se disponía a llevar a cabo un atentado terrorista contra el Parlamento. La brutal represión que en Inglaterra se estaba perpetrando contra los católicos era insoportable. Los fieles ingleses eran perseguidos y, no faltaron tampoco los tremendos martirios, como el de Santa Margaret Clitherow que fue aplastada el Viernes Santo de 1586 por darle refugio a unos sacerdotes católicos bajo su techo. Santa Margaret Clitherow era paisana de Fawkes. Sufriendo aquella represión, algunos católicos ingleses concibieron acabar drásticamente con los verdugos protestantes. Aquellos bravos católicos, acaudillados por Sir Robert Catesby, un gran amigo de España, planificaron una conspiración, la llamada "conspiración de la pólvora". Guy Fawkes estaba entre los conspiradores.

Santa Margarita Clitherow, aplastada viva por darle refugio a sacerdotes católicos

El plan consistía en secuestrar a la familia real de Jacobo I y asesinarla, mientras se hacía estallar por los aires el parlamento, con toda la aristocracia protestante dentro. A Fawkes se le encomendó, por su larga experiencia militar, prender fuego a la pólvora que acumularon en una de las criptas del Parlamento. Fawkes había servido en las filas del ejército español en Flandes, nada más y nada menos que diez años dedicó al servicio de España. Pero, por desgracia, el plan fue frustrado. Los escrúpulos morales de alguno de los conjurados destaparon el plan, alertando a los protestantes. A finales de octubre de 1605, el parlamentario Lord Monteagle recibió un anónimo advirtiéndole que no fuese por el parlamento por su bien. Lord Monteagle puso en conocimiento de las autoridades aquel anónimo, y el mismo 5 de noviembre de 1605, mientras revisaban las bodegas del parlamento, la guardia capturó a Guy Fawkes con las manos en la masa... De pólvora. Con los barriles de pólvora y los leños, a punto todo para prenderle fuego cuando estuvieran dentro los tiranos.

Martirio de la Perla de York, Santa Margarita Clitherow

Guy Fawkes fue torturado, pero no denunció a ninguno de sus cómplices. Se recrudecieron los tormentos, pero Guy sólo dio los nombres de aquellos que ya sabía que estaban apresados. Lo ejecutaron en enero del año siguiente, pero no se dieron el gusto de ahorcarlo, pues se arrojó del patíbulo con la soga puesta en la garganta, rompiéndose el cuello.

Los conspiradores de la Pólvora
 Moratín habla de un pelele que, representando al Papa, era maltratado, vejado y, por ende, quemado. Todavía se sigue quemando en efigie a Guy Fawkes. Nosotros, los españoles, estamos en deuda con Fawkes. Es triste que apenas sepamos de él, para rendirle los honores que se merece por haber sido un soldado bajo nuestras banderas y por haber sido un convencido luchador por la libertad religiosa, proscrita y salvajemente castigada por los protestantes ingleses.


Quisimos recordar al héroe católico Guy Fawkes.

Todavía se celebra en Londres -cada 5 de noviembre- la noche de las Hogueras, pero parece que lo que actualmente se quema es un pelele que no representa al Papa -como en tiempos de Moratín-, sino a Guy Fawkes.
 
Guy Fawkes es el origen de las famosas máscaras de "Anonymous".

 
El Pelele londinense
 

viernes, 30 de octubre de 2015

LA PERSECUCIÓN ANTICATÓLICA EN TIEMPOS DE LA INQUISICIÓN

 
 
 
 
 
CRIPTOJUDÍOS Y HEREJES CONTRA LA ESPAÑA CATÓLICA
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
La serie de sucesos de los que doy cuenta a seguido puede ser interpretada como una escalada en la persecución del cristianismo. Lo que puede chocar es que estos luctuosos acontecimientos, ocurridos en muy distintas ciudades de nuestra España tuvieran lugar en tiempos en que la Inquisición (que con tan negras tintas nos la pintan) estaba vigente y ejercía de contención. Son sucesos documentados históricamente, no forman parte por lo tanto de la propaganda anti-judía.



En la ciudad de Jaén se descubrió que un tendero judío de la calle Maestra había puesto a la entrada de su tienda una tarima de madera, descubriéndosele más tarde que por la parte inferior de la tarima estaba pintado un crucifijo que todos los días era pisado por la clientela que accedía a la tienda. Los cristianos viejos de Jaén, una vez enterados de aquella traicionera bajeza rescataron el crucifijo, tributándole veneración durante muchos siglos con el nombre de Cristo de la Tarima.


La literatura antijudía es muy extensa, y bien se le puede acusar de contener episodios inventados, pero se puede ver que las provocaciones hebreas al pueblo católico tampoco faltan, aunque se quiera pasar de puntillas sobre ellas. Los siguientes sucesos que expondremos sin comentario son hechos históricos y comprobados, no patrañas propagandísticas de demagogos antijudíos.

El 21 de enero de 1624, un catalán de sangre judía llamado Benito Ferrer, que había sido fraile, después de convertirse en secreto al luteranismo, se disfrazó de sacerdote, subió al altar de una iglesia de Madrid y, ante el estupor de los fieles, tomó la Sagrada Hostia, despedazándola impávido. El 5 de julio del mismo año, un francés llamado Reinaldos de Peralta, emuló el sacrilegio del falso converso Ferrer.


El 27 de noviembre de 1625 apareció en la iglesia de San Isidoro de Sevilla un cartel que vilipendiaba a la religión católica, exaltando la ley mosaica. Su autor había sido el mulato Domingo Vicente.


En 1630, un grupo de judaizantes procedentes de Portugal se reunía en secreto, en una casa de la calle de las Infantas, villa y corte de Madrid. Allí el siniestro conciliábulo flagelaba y sometía a varias vejaciones una imagen de Cristo. Fueron descubiertos in fraganti por un católico, y el caso salió a la luz, conmocionando la "opinión pública" de aquel entonces. La imagen sacra de Jesucristo que escarnecían pasó a llamarse el Cristo de la Inocencia.


En 1633, bajo el reinado de Felipe IV, su entonces secretario, D. Francisco de Quevedo Villegas, genio de las letras hispánicas, redacta un informe para resolver los problemas derivados de la afluencia solapada de judíos conversos de origen portugués. El título del opúsculo es elocuente: "Execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos que hablan portugués y en Madrid fijaron los carteles sacrílegos y heréticos...". Como podemos apreciar por el título se trata de un texto de circunstancias que sale al paso de la campaña que la criptojudería (judíos que practicaban ocultamente su religión) ponía en marcha en España. En ese mismo año unos anónimos, muy probablemente conversos de origen portugués, habían fijado en Madrid unos pasquines en que se insultaba a la religión católica, ofendiendo lo más sagrado de la Santa Religión.


Quevedo fustigaba la actitud hipócrita y pérfida de los conversos que hacían proselitismo entre los cristianos y no respetaban los sentimientos de la población autóctona, pero si algo denostaba Quevedo era a esos judíos tornadizos que se convertían al cristianismo, practicando ocultamente su religión:

"Pues los judíos que públicamente profesan su error y visten traje de judíos se contentan con no ser ellos mismos cristianos, mas éstos, dolosamente conversos, son judíos que pasan a pretender que sean judíos los cristianos."(3).

Este memorial de Quevedo que comentamos fue hallado el año 1991 en los depósitos de la Biblioteca del Real Consulado de La Coruña, y el texto, inédito hasta la fecha de su hallazgo, conocería los honores de su publicación, aunque salió a la luz pública en una edición limitadísima para eruditos, a cargo de la Real Academia Española de la Lengua; no obstante, la obra desapareció del mercado en extrañas circunstancias con excepción de unos pocos ejemplares que algunos particulares lograron salvar.

El documento es un testimonio de la época sobre la intolerancia religiosa que mostraba la comunidad judía asentada en España, así como el descaro con que operaba en la misma capital, fijando pasquines que insultaban los sentimientos cristianos del pueblo español.

Las manifestaciones impías y anticristianas de las minorías religiosas no acabaron aquel año de 1633. Según un artículo del franciscano fray Alejandro Recio Veganzones, O.F.M., siete años después de la redacción del memorial de Quevedo hubo un recital poético para desagraviar a la Inmaculada Concepción de María. Se trató de un acto de autoafirmación católica para reparación y desagravio de la Inmaculada tras el horrendo ataque ocurrido en Granada en abril de 1640 contra la Pureza de María.


Estos son los hechos de ese agravio de 1640 en Granada:


El jueves santo de 1640 un "hereje desalmado" había colocado en las puertas del Cabildo de Granada unos panfletos injuriosos contra la Pureza de María Santísima, lo que provocó la previsible reacción del clero, la nobleza y la furia del piadoso pueblo cristiano que no pudo sufrir aquel sacrilegio abominable. Fueron las gentes sencillas las que pidieron que la Santa Inquisición interviniera y castigase en justicia al atrevido provocador.


Nuestra reflexión final será muy breve. Todos estos hechos históricos apuntados aquí nos hacen pensar que la judería ejerció, incluso después de su expulsión de España, una actividad beligerante contra la Iglesia Católica y contra el sentir de nuestros antepasados. Esta actitud anticristiana se prolongaría a través de los siglos bajo el criminal fenómeno del anticlericalismo visceral que surgió sin máscaras en 1836 y rebrotó nuevamente un siglo después, en 1936.

Nos preguntamos si la tolerancia religiosa sólo se nos exige a los católicos, y sería muy oportuno cualquier trabajo de investigación histórica que con solvencia científica nos informara cumplidamente de sucesos como los que aquí he expuesto, pues no ignoro que no son los únicos de la larga historia del anticristianismo en España posterior a 1492. Se haría un gran servicio a la verdad histórica.

Me hago una pregunta: si con la Inquisición, entonces vigente, estos intolerantes anticristianos se permitían estos escarnios de profundo odio religioso y esas bellaquerías, ¿qué hubieran hecho sin Inquisición?

NOTAS:

 


1. Ignacio del Villar Maldonado, Silva responsorum iuris, in duos libros divisa, quorum quilibet indicem continet, ubi multae questiones ad Regni Legum explanationem utilissimae ponatur (Luis Sánchez, Madrid, 1614), fol. 133r.


2. Luis Coronas Tejada, La Inquisición en Jaén, Biblioteca Básica Giennense, Diputación Provincial de Jaén, Jaén, 1991. pág. 21.


3. Francisco de Quevedo Villegas, Execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos que hablan portugués y en Madrid fijaron los carteles sacrílegos y heréticos, aconsejando el remedio que ataje lo que, sucedido, en este mundo con todos los tormentos aún no se puede empezar a castigar. pág. 37. Edición desaparecida de la Real Academia de la Lengua Española.


4. Fr. Alejandro Recio Veganzones, o.f.m., y correspondiente de la R. Academia de la Historia, Certamen poético celebrado en defensa y desagravio de la Pureza Inmaculada de María, en la ciudad de Martos en el año 1640. ALDABA, Excmo. Ayuntamiento de Martos y Concejalía de Cultura y Educación de Martos, n.º 11, Diciembre 2001.

viernes, 23 de octubre de 2015

ARRABALADAS

ARRABAL, MÁS QUE ARRABALADAS
 
Manuel Fernández Espinosa
 
Fernando Arrabal es un pintoresco español. Pese a levantar tan poco del suelo nunca ha dejado de destacar, que siempre dio la nota. Su exilio a Francia se convirtió en larga residencia y, de vez en cuando, nos honra con alguna visita. Su obra literaria es publicada, traducida a varios idiomas. Y, como tantas veces ha ocurrido, no ha sido profeta en su patria, sino punta de lanza de España en las vanguardias, siendo más conocido en el extranjero que en el ruedo ibérico.

Sin embargo, en España se le conoce. Y se le conoce más por sus excentricidades que por otros méritos, pues de todos es sabido que las tribus que hogaño viven en la península son menos leídas que las de antaño. Es por eso mismo que Arrabal (que no tiene ni un pelo de tonto) les ha dado a los españoles lo que los españoles quieren: espectáculo y astracanada. Muy pocos españoles hemos disfrutado leyéndolo. ¿Qué español puede decir que haya leído uno de sus libros? ¿"Pic-Nic"? ¿"Baal-Babilonia"? ¿"La torre herida por el rayo"?

No las tengo yo todas conmigo. Si tuviera que pasarle revista a usted, español, sobre las obras que ha leído de Arrabal... ¿cuál ha leído? Al menos: ¿podría decirme los títulos de sus obras dramáticas o novelas? Y tendrá que reconocerme que somos muy pocos los que formamos el reducido grupo de lectores de Arrabal. Pero si le digo que Fernando Arrabal fue aquel que en 1989 -en cierto programa de Sánchez Dragó- anunció, cual heraldo catastrofista, que "el Apocalipsis va a llegar", entonces sí. Hasta los adolescentes han visto el vídeo, aunque sea en You Tube (pinchando ahí puede verse). Allí estaba Arrabal, celebrando la ceremonia de la confusión, por poco si no se cae de la mesita central alrededor de la cual se sentaban los contertulios. Arrabal estaba en un estado etílico difícil de olvidar. Y todos reiremos aquel simpático incidente retransmitido en televisión.


Aquella proeza de Arrabal nos lo hizo prójimo. Aquellas escenas televisivas han hecho historia en nuestro corral nacional. Podemos aventurar que en aquella ocasión Arrabal no pudo culpar al cisne de haberse bebido su bodega. (Diré, para los profanos, que ese cisne es un personaje surgido del delirio que aparece en el "Laberinto Segundo" de "Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión": un cisne que abandona el estanque y que nos pinta Arrabal bebiéndose los licores todos de su bar casero). En esa ocasión, la bodega se la había trincado el mismo Arrabal. Menuda tajada que llevaba.

Pero si lo traigo hoy a colación es por haberle visto (y escuchado) recientemente en un programa televisivo. Era el programa de El Gran Guayomin: cuando uno está aburrido es que ve cualquier cosa. El caso es que celebré encontrarme con Fernando Arrabal, aunque el "lugar" televisivo fuese tan poco recomendable. Y allí pude escucharle algo que me lleva dando vueltas desde que se lo escuché: ¿será verdad lo que contó o lo vio en alguno de sus "viajes"?

Contó Fernando Arrabal que había visto a la Virgen María (bueno, eso ya es antiguo. Lo ha contado muchas veces). Pero también contó que los anarquistas españoles, supongo que durante la transición, lo invitaron a conferenciar y que, fiel a su histrionismo (¿quién sabe si a algo más?), Fernando Arrabal dijo, ante todos los anarquistas, que él había visto a la Virgen María y que los anarquistas -él, el primero- tenían que pedir perdón por el genocidio de católicos perpetrado durante los años 30. Y dijo más Arrabal, dijo que él se puso de rodillas, delante de su auditorio, y que buena parte de anarquistas lo secundó. Y pidieron perdón por las masacres y el incendio de conventos e iglesias.

La anécdota podría pasar -para muchos- por una payasada más de Arrabal, una "arrabalada". En cambio, yo no quiero dejar pasar por alto el episodio relatado por Arrabal. Pues ora fuere un suceso realmente sucedido, ora fuere una fantasía imaginada por el estro poético de Arrabal... Sería un magnífico antecedente que recordarle a muchos, para que se aplicaran al cuento.

domingo, 11 de octubre de 2015

EL CAPITÁN CONTRERAS, SEGÚN ERNST JÜNGER

 
 
 
 
Alonso de Contreras, capitán español de barco y de milicia, que demostró ser -durante la Guerra de los Treinta Años, y al cabo de incontables aventuras por tierra y por mar- un tipo con agallas y un guerrero duro, pertenecía, según Lope de Vega, a esa categoría de hombres con quienes uno se siente obligado a partir la capa. Poseía todos los rasgos característicos de su raza, por los que la circunspección alemana jamás pudo sentirse atraída. Esa sangre meridional es, sin embargo, un magnífico jugo, muy oscuro, y sazonado con un buen chorro de bilis a guisa de azafrán. Se parece al denso, casi negro vino de su país que, a causa de los odres en que se lo conserva, adquiere ese áspero y resinoso sabor al que los paladares extranjeros no se acostumbran fácilmente. La devoción y el valor caballeresco son sus excelentes atributos, el fanatismo y la crueldad los limitan como sombras. Todo ello se muestra decisivamente en el caso de Contreras.

¡Cuántos recios muchachos de esa especie deben haber desaparecido sin dejar huella, deben haber mordido el polvo con un tesoro natural de vivos recuerdos! Por ello no podemos sino felicitarnos ante la inusual casualidad que hizo que un Gelmmelshausen, un Commynes, un Cervantes o un Contreras, echasen mano de la pluma para relatar la historia de su tiempo a partir del lugar en que late más cálida e inmediatamente: desde el corazón del guerrero.

Es en especial Contreras quien nos descubre algún extraño rincón del mundo y la visión de unas luchas que se hallan más bien lejos de las cosas que nos son habituales. Porque si es verdad que con trece años parte como mozo de cocina a Flandes, donde se cuentan tantos campos de batalla como pueblos, pronto nos lo encontraremos en el sur de Italia, desde cuyos puertos sale a participar en numerosas singladuras de guerra y de corso, contra el turco y contra el moro, para desempeñar ya en años muy mozos, como capitán de barcos de la Orden de Malta y de los del virrey de Nápoles, parejas su fortuna y su valor, un papel temido en todos los puertos paganos del Levante.

En animada sucesión lo hallamos luego de alférez en etapas por España y Portugal, por Flandes y por Francia y por Italia, de caballero en la isla de Malta, y en Sicilia de esposo desventurado que cobra con la espada la común infidelidad de su mujer y su amigo, pues que en resumidas cuentas -y de acuerdo con una piadosa tradición- a él le asedian menos remordimientos de conciencia por cometer un homicidio que por el pecado de quebrar el ayuno los viernes. En La Mahometana, en la costa de Berbería, es uno de los pocos que se libra de la matanza que organizan entre los desembarcados en la playa los moros que surgen repentinamente de sus escondrijos, y llega de vuelta a las galeras cuando el peso de su armadura casi lo hace ahogarse. Es izado a bordo por un cómitre que le había prestado su jacerina y que no quería perder tan buena prenda. En España se compra un sayal, unos libros de penitencia y una calavera, para vivir luengos meses como penitente y ermitaño en una solitaria región montañosa; luego vuelve a aparecer de capitán en un extraño proceso en Cádiz, navega como capitán de barco a las Indias para hacer la guerra naval en las costas de Cuba y Santo Domingo contra el filibustero inglés Guatarral, gana algunas escaramuzas, lo nombran gobernador de la pequeña isla siciliana de Pantanalca.

Después de una estancia en Roma, donde el papa le favorece, ganado por su viril personalidad, recibe del virrey de Nápoles una patente como capitán de caballos de coraza..., pero nos llevaría muy lejos seguir la plétora de acontecimientos, aunque sólo fuese un esbozo. El propio Contreras sólo nos da un sucinto extracto, y de vez en cuando, en oraciones subordinadas aflojadas como al descuido, da a entender al lector que aquello que no fue mencionado es lo que abarca la parte más considerable de su vida. Además, las anotaciones se interrumpen de pronto en el año de 1633: es probable que fueran sustituidas de nuevo, ellas, que debieron su nacimiento a un breve período de calma, por la más enérgica escritura de la espada. Vertidas a un buen alemán por Otto Fischer, aparecieron en el año 1924 en la editorial Propyläen. Hay que leerlas: quizá algunas pequeñas anécdotas despierten el apetito.

Así, por ejemplo, en sus primeras aventuras, una de las cuales se desarrolla entre la captura de un galeón maltés y la de un caramuzal turco en un pinar cerca del cabo Silidonia, Contreras participa siendo aún un diminuto mozalbete. Completamente solo, topa en el pinar grande con un turco gigantesco, a quien sin más le ordena arrojarse al suelo como prisionero. Al mirarlo, el turco se ríe a carcajadas: Bremaneur casaca cocomiz, que quiere decir: "Putillo que te hiede el culo como a un perro muerto". Contreras, enfurecido, se arroja contra él, detiene un terrible lanzazo y consigue dar a su adversario una buena estocada en el pecho. Una bandera, mil quinientos ducados, y cien ducados de gratificación por el prisionero, a quien aguarda la esclavitud, le corresponden como botín de guerra.

Éste, como todos los botines que gana más tarde o más temprano, lo dilapida en alegre compañía, exceptuando lo que se reserva para obras pías. Esta parte no es menospreciable: así, por ejemplo, algún tiempo después manda construir una iglesia en su isla. Los taberneros y las mozas sacaban buena tajada si no escatimaban humor y celo, de lo contrario les hacía darse cuenta de que con él era mejor estar a partir un piñón. Por ejemplo: el dueño de una hostería en Palermo, que no aguanta una broma, cae apuñalado durante una gran borrachera; a golpes de espada sigue la cuestión con cocineros y criados, quienes a su vez carga con asadores y cuchillos de cocina. En el curso de una francachela parecida, en Nápoles, caen sobre las botas de vino, las cuales, acuchilladas, derraman su contenido como fuentes. Afuera se oye una voz socarrona: "No se quejará más el bujarrón, le he enviado a cenar al infierno". Uno de los camaradas se desploma derribado por un tiesto que le arrojan desde arriba, a otro le pasan la muñeca de un alabardazo de los de la ronda italiana, el tumulto se extiende hasta que llega el cuerpo de guardia principal de los españoles, con alabardas y arcabuces, para poner fin. A Contreras lo engaña su moza, se le sube la sangre, agarra su daga para dejarle un recuerdo en el rostro, pero como ella, previendo lo que le espera, esconde su cabeza entre las piernas, él le marca dos buenos chirlos en las asentaderas, como en un melón maduro.

Durante el mismo viaje en el que vence a un turco como un filisteo, descubren un bajel tripulado por cuatrocientos turcos, y que además viene artillado. El capitán, un matasiete, hace enclavar los escotillones para la tripulación en cubierta, de suerte que era menester pelear o saltar a la mar. Entonces comienza un baile en el que suceden las más milagrosas peripecias. Así, por ejemplo, a un artillero holandés los turcos le aciertan en medio de la cabeza, haciéndosela añicos. Un hueso grande le da a un vecino del artillero, que de nacimiento tenía tuertas las narices, con tan buena fortuna que se las deja derechas y naturales. A otro, adolorido desde hace mucho por una enfermedad insoportable, una bala de artillería le raspa las nalgas con el notable resultado de que el así raspado se siente curado desde esa hora, y declara que el aire de una bala es la más provechosa medicina del mundo.

Educado en una ruda escuela, Contreras es, en años posteriores, un jefe que sabe asegurarse el respeto en cualquier situación. Así, por ejemplo, al comienzo de su aventura por las Indias se trama un motín entre su tripulación. Cuando una noche, como de costumbre, quiere enviarla abajo, a sus ranchos, un mozallón bastante insolente le grita: "Aquiétese su ánima". Sin gastar tiempo en palabras, Contreras saca su espada y le parte el cráneo de una sola cuchillada. Al punto desaparecen los descontentos. Al cabo de algún tiempo le comunican que el interfecto está muriéndose: "Confiésenlo y échenlo al mar". A partir de ahí su gente se vuelve más suave que un guante: a quien arriesga, aunque sólo sea una leve maldición, le hacía estar de pie una hora con un morrión que pesaba treinta libras y un peto del mismo peso, de modo que "aún echar, ¡voto a Dios!, no se echó en todo el viaje".

A pesar de su rudeza, Contreras es un tipo formidable. Lope de Vega le dedica su comedia El rey sin reino, alusión a una de las aventuras que tuvo con los moriscos. A la altura de sus movidos y peligrosos tiempos, y dominando sus medios, ofrece la imagen de un caballero de fortuna que sabe desenvolverse por el mundo y que en todos sus salvajes actos no transgrede nunca, sin embargo, las leyes de la fidelidad, el honor y la camaradería. Ofuscado ayer por la gritería borracha de las tabernas y arrojando a manos llenas las monedas de oro, corona hoy el primero la muralla calcinante por el sol de una fortaleza solitaria en la Berbería o le arrebata una fragata al rey de Túnez, para hacerse mañana amigos y valedores, en charlas confidenciales, entre los príncipes de la sangre y los de la Iglesia. Sabedor de lo que vale, se reconoce pecador, pero está al propio tiempo convencido de que a hombres como él los protege una gracia especial. Así vive su abigarrada vida, sin coerción, acorde con su naturaleza interior, y nos hace participar en ella.

Ernst Jünger

Traducción de Ricardo Bada



viernes, 4 de septiembre de 2015

LO QUE DEFENDIERON LOS SOLDADOS


 
Soldados españoles, servidores de una ametralladora


Y LA POLITIQUERÍA ENTREGÓ
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
En el tratado de paz con Marruecos de 1860 España había impuesto al Sultán la cesión de una porción de territorio suficiente para establecer una pesquería en la fachada atlántica del norte de África. Pero en aquellos años del siglo XIX no se señaló con precisión el lugar para emplazar este establecimiento pesquero. El 21 de enero de 1878 se determinó el sitio en que se levantaría esta factoría. Sin embargo, hasta 1900 la diplomacia marroquí impidió la legítima ocupación negociada en 1860. Y luego, los intereses imperialistas de Francia impidieron la misma hasta el 6 de abril de 1934. En esa fecha, bajo la II República española, el coronel Capaz dirige una expedición que desembarcó en Ifni, estableciéndose las bases del dominio español. Bajo las órdenes de Capaz, el capitán Galo Buyón y sus fuerzas en camello recorren y toman posesión de los territorios de la Saguia el Hamra, alcanzando las ciudades de Smara y Guelta Zemmur. En el sur, el teniente Lagándar recorre el Río de Oro, y las tribus indígenas se adhieren a España. En 1939 se creaba El Aaiún.
 
Por otro lado, frente a las Canarias, empresarios españoles insulares habían adquirido en 1884 la península de Río de Oro, con el fin de instalar en ella un punto de apoyo que sirviera de plataforma a los barcos de la Sociedad de Pesquerías Canario-Africanas. En 1887 el teniente coronel Emilio Bonelli recorrió la costa con tres goletas y se llega a un convenio con el Chej de Ulad Bu Sbaa, poniendo la zona de Cabo Blanco bajo la protección del Rey de España. Después se realizaron sucesivas expediciones –la de Julio Cervera y el profesor D. Francisco Quiroga- que asentaron la influencia española hasta las salinas de Iyil y Adrar Temar. En 1903 España nombra su primer gobernador, D. Francisco Bens Argandeña, que ocupó en 1916 el Cabo Juby –por lo que este cabo pasó a llamarse “Villa Bens”. En 1920 este mismo animoso gobernador español ocupó la Güera, en competencia con los franceses.
 
Así era como España, menguada a lo largo del calamitoso siglo XIX en su antiguo poderío imperial, se iba reconstruyendo un nuevo imperio en África. Pero la II Guerra Mundial trajo la desmoralización de las viejas potencias imperialistas europeas que, en esa crisis política y moral, fueron cediendo cada vez más a las reclamaciones de la Liga Árabe. Fue así como se dio una curiosa paradoja: mientras las potencias europeas ponían en cuestión su legitimidad sobre los territorios que hasta entonces habían dominado, los estados árabes se crecían en sus afanes imperialistas. Francia finiquita los derechos de Protectorado que desde 1912 ejercía sobre Marruecos. Desde 1894, con el sultán Mulai El Hassan, en Marruecos crecía el nacionalismo, pero la política desquiciada de su sucesor, su hijo Mulai Abdelazis, dejó Marruecos a merced de las potencias imperialistas europeas que habían acordado en la Conferencia de Berlín de 1885.
 
España poco tenía que ver con todo eso. Sus posesiones en África eran ridículas en comparación con las que ostentaban los franceses o, dígase por caso, los portugueses en Angola. Pero los efectos de la descolonización posterior a la II Guerra Mundial serán los que ocasionen los primeros síntomas de perturbación, instigados por Marruecos. El 7 de junio de 1956, Allal el Fassi publica en “Al Alam” (portavoz del partido Istiqlal nacionalista marroquí) un gran mapa con las reivindicaciones territoriales de lo que se hace llamar “Gran Marruecos”. En este mapa el Sáhara occidental, parte del desierto argelino, Mauritania, Senegal y la zona norte de Mali se señalan como territorios a conquistar para incorporarlos al imperio marroquí. A mediados de 1955 se había constituido el “Yeis Taharir” (“ejército de liberación”) a base de las partidas guerrilleras que habían combatido contra los franceses. Mesfiou Ben Hammu, jefe del Yeis Taharir, con el apoyo del príncipe heredero Muley Hassan de Marruecos, trata de establecer bases en territorio español. En 1956 Ben Hammu requiere a las autoridades españolas que le consientan visitar nuestro territorio, a lo que el Ministro de la Presidencia Almirante Carrero Blanco contesta: “El Gobierno no es partidario de la libertad de movimientos del “Ejército de Liberación”, temiéndose una felonía de los marroquíes. Al final, los marroquíes se infiltran en territorio español. A finales de 1957 se desencadena la guerra de Ifni-Sáhara. En febrero-marzo de 1958 el llamado “Ejército de Liberación Marroquí” fue expulsado de Ifni y dispersado mediante una acción conjunta franco-española.
 
Esta guerra nunca fue declarada oficialmente ni tampoco se finalizó de manera oficial, sin embargo España y Marruecos firmaron el 1 de abril de 1958 los acuerdos de Angra de Cintra, por los que se cedía Cabo Juby a Marruecos en junio de 1958. Durante los años siguientes, la presión internacional (resolución 1514 de las Naciones Unidas de 14 de diciembre de 1960 sobre descolonización incluía a Ifni como “Territorio No Autónomo”, la resolución 2017 de la ONU de 16 de diciembre de 1965 instaba al gobierno de España a descolonizar los territorios de Ifni y Sáhara occidental.) España parlamentó con Marruecos y, a comienzos de 1969, se acordó devolver el territorio a Marruecos. La bandera española se arrió de Sidi Ifni el 4 de enero de 1969, para vergüenza de nuestra Patria. El 31 de julio la ciudad fue entregada a Marruecos. Esta guerra causó a nuestro Ejército Español 119 muertos, 573 heridos y 80 desaparecidos. Las presiones internacionales, la política débil y el chalaneo diplomático entregaron al enemigo lo que el sacrificio de nuestros soldados, el derramamiento de sangre española y las penalidades habían sabido conservar.

miércoles, 19 de agosto de 2015

LA ETERNIDAD CONTRA LA HISTORIA

Cioran, Ionesco y Eliade
 
 
 
LA CLAVE RELIGIOSA DE LOS GRANDES RUMANOS
 
 
 
 Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
 
El carácter de una nación hay que ir a buscarlo a la "inteliguentsia" que, en momentos históricos fecundos, tan frecuentemente críticos y dramáticos, es la que mejor ha  hecho patente las constantes espirituales que subyacen en su pueblo. Aquí hay que tener especial cuidado, habida cuenta de haberse depauperado el término "inteliguentsia" al restringirse a esa clase de intelectuales importadores de ideas extrañas y perniciosas para un pueblo. Aunque el término sea relativamente reciente, la intelectualidad de una nación ha desempeñado siempre una función determinante en el rumbo que una sociedad ha tomado. Obviamente, si la intelectualidad se ha vendido a ideologías artificiales y extranjeras, el efecto de la intelectualidad sobre la nación ha sido nocivo; pero si la intelectualidad ha permanecido fiel a la tradición propia de ese pueblo, entonces sí ha rendido un servicio grandioso, conservando piadosamente, custodiando y defendiendo la identidad de su nación, interpretando y dando voz a los que calladamente perpetuaron ese pueblo con sus propias y particulares singularidades nacionales. Y, a la postre, si el trabajo ha sido de rango universal, han puesto a su nación en una posición de hegemonía cultural.
 
Eso fue lo que ocurrió en Rumanía en el siglo XX. Rumanía ha dado en el curso del siglo XX una pléyade de personalidades de indiscutible categoría universal: sea el caso del filósofo E. M. Cioran, del dramaturgo Eugène Ionesco, del escritor Vintila Horia, del filósofo de las religiones Mircea Eliade. Podríamos citar a más, pero estos cuatro forman una tetrarquía de figuras intelectuales de relieve mundial, mientras que otros como Lucian Blaga, Alejandro Busuioceanu, Nae Ionescu, Mircea Vulcanescu, Constantin Noica... etcétera son personajes menos conocidos por no estar suficientemente traducidos a otros idiomas europeos o por otras ingratas razones, pero no menos fundamentales (sobre todo para sus compatriotas mencionados más arriba que sí alcanzaron la celebridad mundial).

¿Cuál fue la matriz de esta pléyade de intelectuales rumanos capaces de destacar no sólo en la cultura de su país, sino en la cultura universal? La Universidad de Bucarest se convirtió en un foco eficaz de cultura, hasta el punto que Bucarest llegó a ser llamada "la París de los Balcanes". La personalidad de Nae Ionescu, profesor de Teoría del Conocimiento, Lógica y Metafísica ejerció un influjo formidable sobre una juventud patriota. Diarios como "Cuvântul" (La palabra) o revistas como "Gandirea" (El pensamiento) divulgaron el pensamiento que se estaba produciendo en los nidos. Y una fuerza política religioso-patriótica: la Legiunea Arhanghelul Mihail (Legión del Arcángel Miguel) que se implementó en 1930 con la Garda de Fier (La Guardia de Hierro), fundada por Corneliu Zelea Codreanu en 1927, recibió a las juventudes rumanas de toda condición, haciéndole hueco a esos intelectuales que se estaban formando por aquellos años. El movimiento legionario, brutalmente reprimido por el nazismo y por el comunismo, no alcanzó sus objetivos políticos, pero sembró con la sangre de sus mártires la semilla de una Rumanía perenne y futura.

Cada uno de los de nuestra tetrarquía intelectual rumana, fraguada en el crisol de virtudes guerreras del movimiento legionario, escaparía más temprano o más tarde de una Rumanía que, nación martirizada, se convertiría en satélite de la URSS. Empezaría para ellos un éxodo que los llevó de un país a otro, hasta establecerse antes o después en Francia, en España o en Estados Unidos. Pero si algo compartieron los cuatro grandes rumanos, además de la dura escuela de ascesis guerrera del Movimiento Legionario (Nae Ionescu comparaba las ordenanzas del Movimiento Legionario con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola), lo que tuvieron en común, además de los reveses y las derrotas, fue redescubrir el fondo de la rumanidad en un hecho que es clave para comprender la obra de cada uno de los cuatro: la aversión al tiempo histórico, la desconfianza por la historia y sus señuelos.

Toda la obra ensayística y aforística de Cioran no podría comprenderse sin ese fondo rumano. A la lucidez que reprueba toda ilusión -como bien ha destacado su traductor e introductor en España, Fernando Savater- le es solidaria la desilusión por la Historia, entiéndase bien, no la decepción de estudiar Historia, sino la decepción que sigue a todo esfuerzo por hacer Historia: "A causa de mi prejuicio en contra de todo lo que termina bien, me vino el gusto por las lecturas históricas" -dice en "Del inconveniente de haber nacido". Y podríamos ser más prolijos citándolo, pero no es nuestro propósito: quien ha leído a Cioran podrá comprobar cuánta razón nos asiste para establecer que la animadversión por el tiempo histórico está a la base de toda su producción filosófica, que tan magistralmente se demora en la podredumbre. Cioran no es existencialista, es rumano.

En el caso de Vintila Horia esta constante se hace más consciente: "Los dacios, antepasados del campesino del Danubio, creyendo en un Dios único mucho antes de la Era cristiana, no temían a la muerte, que concebían como una recompensa. Lloraban cuando alguien nacía y festejaban alegremente la entrada en la muerte, que no era para ellos sino una manera personal de liquidar la futilidad histórica y de penetrar en la seriedad de lo atemporal, es decir, en la eternidad" -escribe Horia en "Diario de un campesino del Danubio".

Y lo que rige para estos dos correligionarios rumanos es la clave fundamental de toda la magna obra de Mircea Eliade, autor sin el cual es ocioso tratar de comprender las religiones. Su vastísima erudición no parece haberla reunido sino para refrendar su profunda aversión por el tiempo histórico, redimido en el mito y el rito: "Llamamos "caída en la historia" -dice Eliade- a la toma de conciencia, por el hombre moderno, de los múltiples condicionamientos históricos de que es víctima." Y toda la investigación eliadeana se aplica al conocimiento de todas las religiones para descubrir en ellas formas por las cuales escapar a los "condicionamientos históricos", pues para Eliade: "las raíces de la libertad deben ser buscadas en las profundidades de la psique y no en las condiciones creadas por ciertos momentos históricos; dicho de otro modo, que el deseo de la libertad absoluta se encuentra entre las nostalgias esenciales del hombre, sea cual sea su grado de cultura y su forma de organización social".

Esto es algo más que un pésimo estado de ánimo transitorio -como superficialmente se entiende a Cioran. Es un anhelo apremiante de alcanzar un remanso al margen del río violento de la historia. Y hasta una estrategia para sobrevivir: "Se trata aquí -dice Vintila Horia- de una raza espiritual, me atrevería a decir, que acepta en apariencia el orden asfáltico de las ideologías, pero que continúa practicando su filosofía y su religión, estrechamente emparentadas, por otra parte" -la figura del campesino del Danubio, que Horia escogió para título de su diario, se revelaría así como una constante que a la vez puede ser cualquiera que dé la espalda a la historia con sus imposiciones y las marchas triunfales de las ideologías artificiales, pues como sabía Eugène Ionesco: "Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen".

Es la expresión, en todos ellos, de una nostalgia infinita por un "in illo tempore" que le hace decir a Eugène Ionesco:

"El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá".