Alonso de Contreras, capitán español de barco y de milicia, que demostró ser
-durante la Guerra de los Treinta Años, y al cabo de incontables aventuras por
tierra y por mar- un tipo con agallas y un guerrero duro, pertenecía, según Lope
de Vega, a esa categoría de hombres con quienes uno se siente obligado a partir
la capa. Poseía todos los rasgos característicos de su raza, por los que la
circunspección alemana jamás pudo sentirse atraída. Esa sangre meridional es,
sin embargo, un magnífico jugo, muy oscuro, y sazonado con un buen chorro de
bilis a guisa de azafrán. Se parece al denso, casi negro vino de su país que, a
causa de los odres en que se lo conserva, adquiere ese áspero y resinoso sabor
al que los paladares extranjeros no se acostumbran fácilmente. La devoción y el
valor caballeresco son sus excelentes atributos, el fanatismo y la crueldad los
limitan como sombras. Todo ello se muestra decisivamente en el caso de
Contreras.
¡Cuántos recios muchachos de esa especie deben haber desaparecido sin dejar huella, deben haber mordido el polvo con un tesoro natural de vivos recuerdos! Por ello no podemos sino felicitarnos ante la inusual casualidad que hizo que un Gelmmelshausen, un Commynes, un Cervantes o un Contreras, echasen mano de la pluma para relatar la historia de su tiempo a partir del lugar en que late más cálida e inmediatamente: desde el corazón del guerrero.
Es en especial Contreras quien nos descubre algún extraño rincón del mundo y la visión de unas luchas que se hallan más bien lejos de las cosas que nos son habituales. Porque si es verdad que con trece años parte como mozo de cocina a Flandes, donde se cuentan tantos campos de batalla como pueblos, pronto nos lo encontraremos en el sur de Italia, desde cuyos puertos sale a participar en numerosas singladuras de guerra y de corso, contra el turco y contra el moro, para desempeñar ya en años muy mozos, como capitán de barcos de la Orden de Malta y de los del virrey de Nápoles, parejas su fortuna y su valor, un papel temido en todos los puertos paganos del Levante.
En animada sucesión lo hallamos luego de alférez en etapas por España y Portugal, por Flandes y por Francia y por Italia, de caballero en la isla de Malta, y en Sicilia de esposo desventurado que cobra con la espada la común infidelidad de su mujer y su amigo, pues que en resumidas cuentas -y de acuerdo con una piadosa tradición- a él le asedian menos remordimientos de conciencia por cometer un homicidio que por el pecado de quebrar el ayuno los viernes. En La Mahometana, en la costa de Berbería, es uno de los pocos que se libra de la matanza que organizan entre los desembarcados en la playa los moros que surgen repentinamente de sus escondrijos, y llega de vuelta a las galeras cuando el peso de su armadura casi lo hace ahogarse. Es izado a bordo por un cómitre que le había prestado su jacerina y que no quería perder tan buena prenda. En España se compra un sayal, unos libros de penitencia y una calavera, para vivir luengos meses como penitente y ermitaño en una solitaria región montañosa; luego vuelve a aparecer de capitán en un extraño proceso en Cádiz, navega como capitán de barco a las Indias para hacer la guerra naval en las costas de Cuba y Santo Domingo contra el filibustero inglés Guatarral, gana algunas escaramuzas, lo nombran gobernador de la pequeña isla siciliana de Pantanalca.
Después de una estancia en Roma, donde el papa le favorece, ganado por su viril personalidad, recibe del virrey de Nápoles una patente como capitán de caballos de coraza..., pero nos llevaría muy lejos seguir la plétora de acontecimientos, aunque sólo fuese un esbozo. El propio Contreras sólo nos da un sucinto extracto, y de vez en cuando, en oraciones subordinadas aflojadas como al descuido, da a entender al lector que aquello que no fue mencionado es lo que abarca la parte más considerable de su vida. Además, las anotaciones se interrumpen de pronto en el año de 1633: es probable que fueran sustituidas de nuevo, ellas, que debieron su nacimiento a un breve período de calma, por la más enérgica escritura de la espada. Vertidas a un buen alemán por Otto Fischer, aparecieron en el año 1924 en la editorial Propyläen. Hay que leerlas: quizá algunas pequeñas anécdotas despierten el apetito.
Así, por ejemplo, en sus primeras aventuras, una de las cuales se desarrolla entre la captura de un galeón maltés y la de un caramuzal turco en un pinar cerca del cabo Silidonia, Contreras participa siendo aún un diminuto mozalbete. Completamente solo, topa en el pinar grande con un turco gigantesco, a quien sin más le ordena arrojarse al suelo como prisionero. Al mirarlo, el turco se ríe a carcajadas: Bremaneur casaca cocomiz, que quiere decir: "Putillo que te hiede el culo como a un perro muerto". Contreras, enfurecido, se arroja contra él, detiene un terrible lanzazo y consigue dar a su adversario una buena estocada en el pecho. Una bandera, mil quinientos ducados, y cien ducados de gratificación por el prisionero, a quien aguarda la esclavitud, le corresponden como botín de guerra.
Éste, como todos los botines que gana más tarde o más temprano, lo dilapida en alegre compañía, exceptuando lo que se reserva para obras pías. Esta parte no es menospreciable: así, por ejemplo, algún tiempo después manda construir una iglesia en su isla. Los taberneros y las mozas sacaban buena tajada si no escatimaban humor y celo, de lo contrario les hacía darse cuenta de que con él era mejor estar a partir un piñón. Por ejemplo: el dueño de una hostería en Palermo, que no aguanta una broma, cae apuñalado durante una gran borrachera; a golpes de espada sigue la cuestión con cocineros y criados, quienes a su vez carga con asadores y cuchillos de cocina. En el curso de una francachela parecida, en Nápoles, caen sobre las botas de vino, las cuales, acuchilladas, derraman su contenido como fuentes. Afuera se oye una voz socarrona: "No se quejará más el bujarrón, le he enviado a cenar al infierno". Uno de los camaradas se desploma derribado por un tiesto que le arrojan desde arriba, a otro le pasan la muñeca de un alabardazo de los de la ronda italiana, el tumulto se extiende hasta que llega el cuerpo de guardia principal de los españoles, con alabardas y arcabuces, para poner fin. A Contreras lo engaña su moza, se le sube la sangre, agarra su daga para dejarle un recuerdo en el rostro, pero como ella, previendo lo que le espera, esconde su cabeza entre las piernas, él le marca dos buenos chirlos en las asentaderas, como en un melón maduro.
Durante el mismo viaje en el que vence a un turco como un filisteo, descubren un bajel tripulado por cuatrocientos turcos, y que además viene artillado. El capitán, un matasiete, hace enclavar los escotillones para la tripulación en cubierta, de suerte que era menester pelear o saltar a la mar. Entonces comienza un baile en el que suceden las más milagrosas peripecias. Así, por ejemplo, a un artillero holandés los turcos le aciertan en medio de la cabeza, haciéndosela añicos. Un hueso grande le da a un vecino del artillero, que de nacimiento tenía tuertas las narices, con tan buena fortuna que se las deja derechas y naturales. A otro, adolorido desde hace mucho por una enfermedad insoportable, una bala de artillería le raspa las nalgas con el notable resultado de que el así raspado se siente curado desde esa hora, y declara que el aire de una bala es la más provechosa medicina del mundo.
Educado en una ruda escuela, Contreras es, en años posteriores, un jefe que sabe asegurarse el respeto en cualquier situación. Así, por ejemplo, al comienzo de su aventura por las Indias se trama un motín entre su tripulación. Cuando una noche, como de costumbre, quiere enviarla abajo, a sus ranchos, un mozallón bastante insolente le grita: "Aquiétese su ánima". Sin gastar tiempo en palabras, Contreras saca su espada y le parte el cráneo de una sola cuchillada. Al punto desaparecen los descontentos. Al cabo de algún tiempo le comunican que el interfecto está muriéndose: "Confiésenlo y échenlo al mar". A partir de ahí su gente se vuelve más suave que un guante: a quien arriesga, aunque sólo sea una leve maldición, le hacía estar de pie una hora con un morrión que pesaba treinta libras y un peto del mismo peso, de modo que "aún echar, ¡voto a Dios!, no se echó en todo el viaje".
A pesar de su rudeza, Contreras es un tipo formidable. Lope de Vega le dedica su comedia El rey sin reino, alusión a una de las aventuras que tuvo con los moriscos. A la altura de sus movidos y peligrosos tiempos, y dominando sus medios, ofrece la imagen de un caballero de fortuna que sabe desenvolverse por el mundo y que en todos sus salvajes actos no transgrede nunca, sin embargo, las leyes de la fidelidad, el honor y la camaradería. Ofuscado ayer por la gritería borracha de las tabernas y arrojando a manos llenas las monedas de oro, corona hoy el primero la muralla calcinante por el sol de una fortaleza solitaria en la Berbería o le arrebata una fragata al rey de Túnez, para hacerse mañana amigos y valedores, en charlas confidenciales, entre los príncipes de la sangre y los de la Iglesia. Sabedor de lo que vale, se reconoce pecador, pero está al propio tiempo convencido de que a hombres como él los protege una gracia especial. Así vive su abigarrada vida, sin coerción, acorde con su naturaleza interior, y nos hace participar en ella.
Ernst Jünger
Traducción de Ricardo Bada
¡Cuántos recios muchachos de esa especie deben haber desaparecido sin dejar huella, deben haber mordido el polvo con un tesoro natural de vivos recuerdos! Por ello no podemos sino felicitarnos ante la inusual casualidad que hizo que un Gelmmelshausen, un Commynes, un Cervantes o un Contreras, echasen mano de la pluma para relatar la historia de su tiempo a partir del lugar en que late más cálida e inmediatamente: desde el corazón del guerrero.
Es en especial Contreras quien nos descubre algún extraño rincón del mundo y la visión de unas luchas que se hallan más bien lejos de las cosas que nos son habituales. Porque si es verdad que con trece años parte como mozo de cocina a Flandes, donde se cuentan tantos campos de batalla como pueblos, pronto nos lo encontraremos en el sur de Italia, desde cuyos puertos sale a participar en numerosas singladuras de guerra y de corso, contra el turco y contra el moro, para desempeñar ya en años muy mozos, como capitán de barcos de la Orden de Malta y de los del virrey de Nápoles, parejas su fortuna y su valor, un papel temido en todos los puertos paganos del Levante.
En animada sucesión lo hallamos luego de alférez en etapas por España y Portugal, por Flandes y por Francia y por Italia, de caballero en la isla de Malta, y en Sicilia de esposo desventurado que cobra con la espada la común infidelidad de su mujer y su amigo, pues que en resumidas cuentas -y de acuerdo con una piadosa tradición- a él le asedian menos remordimientos de conciencia por cometer un homicidio que por el pecado de quebrar el ayuno los viernes. En La Mahometana, en la costa de Berbería, es uno de los pocos que se libra de la matanza que organizan entre los desembarcados en la playa los moros que surgen repentinamente de sus escondrijos, y llega de vuelta a las galeras cuando el peso de su armadura casi lo hace ahogarse. Es izado a bordo por un cómitre que le había prestado su jacerina y que no quería perder tan buena prenda. En España se compra un sayal, unos libros de penitencia y una calavera, para vivir luengos meses como penitente y ermitaño en una solitaria región montañosa; luego vuelve a aparecer de capitán en un extraño proceso en Cádiz, navega como capitán de barco a las Indias para hacer la guerra naval en las costas de Cuba y Santo Domingo contra el filibustero inglés Guatarral, gana algunas escaramuzas, lo nombran gobernador de la pequeña isla siciliana de Pantanalca.
Después de una estancia en Roma, donde el papa le favorece, ganado por su viril personalidad, recibe del virrey de Nápoles una patente como capitán de caballos de coraza..., pero nos llevaría muy lejos seguir la plétora de acontecimientos, aunque sólo fuese un esbozo. El propio Contreras sólo nos da un sucinto extracto, y de vez en cuando, en oraciones subordinadas aflojadas como al descuido, da a entender al lector que aquello que no fue mencionado es lo que abarca la parte más considerable de su vida. Además, las anotaciones se interrumpen de pronto en el año de 1633: es probable que fueran sustituidas de nuevo, ellas, que debieron su nacimiento a un breve período de calma, por la más enérgica escritura de la espada. Vertidas a un buen alemán por Otto Fischer, aparecieron en el año 1924 en la editorial Propyläen. Hay que leerlas: quizá algunas pequeñas anécdotas despierten el apetito.
Así, por ejemplo, en sus primeras aventuras, una de las cuales se desarrolla entre la captura de un galeón maltés y la de un caramuzal turco en un pinar cerca del cabo Silidonia, Contreras participa siendo aún un diminuto mozalbete. Completamente solo, topa en el pinar grande con un turco gigantesco, a quien sin más le ordena arrojarse al suelo como prisionero. Al mirarlo, el turco se ríe a carcajadas: Bremaneur casaca cocomiz, que quiere decir: "Putillo que te hiede el culo como a un perro muerto". Contreras, enfurecido, se arroja contra él, detiene un terrible lanzazo y consigue dar a su adversario una buena estocada en el pecho. Una bandera, mil quinientos ducados, y cien ducados de gratificación por el prisionero, a quien aguarda la esclavitud, le corresponden como botín de guerra.
Éste, como todos los botines que gana más tarde o más temprano, lo dilapida en alegre compañía, exceptuando lo que se reserva para obras pías. Esta parte no es menospreciable: así, por ejemplo, algún tiempo después manda construir una iglesia en su isla. Los taberneros y las mozas sacaban buena tajada si no escatimaban humor y celo, de lo contrario les hacía darse cuenta de que con él era mejor estar a partir un piñón. Por ejemplo: el dueño de una hostería en Palermo, que no aguanta una broma, cae apuñalado durante una gran borrachera; a golpes de espada sigue la cuestión con cocineros y criados, quienes a su vez carga con asadores y cuchillos de cocina. En el curso de una francachela parecida, en Nápoles, caen sobre las botas de vino, las cuales, acuchilladas, derraman su contenido como fuentes. Afuera se oye una voz socarrona: "No se quejará más el bujarrón, le he enviado a cenar al infierno". Uno de los camaradas se desploma derribado por un tiesto que le arrojan desde arriba, a otro le pasan la muñeca de un alabardazo de los de la ronda italiana, el tumulto se extiende hasta que llega el cuerpo de guardia principal de los españoles, con alabardas y arcabuces, para poner fin. A Contreras lo engaña su moza, se le sube la sangre, agarra su daga para dejarle un recuerdo en el rostro, pero como ella, previendo lo que le espera, esconde su cabeza entre las piernas, él le marca dos buenos chirlos en las asentaderas, como en un melón maduro.
Durante el mismo viaje en el que vence a un turco como un filisteo, descubren un bajel tripulado por cuatrocientos turcos, y que además viene artillado. El capitán, un matasiete, hace enclavar los escotillones para la tripulación en cubierta, de suerte que era menester pelear o saltar a la mar. Entonces comienza un baile en el que suceden las más milagrosas peripecias. Así, por ejemplo, a un artillero holandés los turcos le aciertan en medio de la cabeza, haciéndosela añicos. Un hueso grande le da a un vecino del artillero, que de nacimiento tenía tuertas las narices, con tan buena fortuna que se las deja derechas y naturales. A otro, adolorido desde hace mucho por una enfermedad insoportable, una bala de artillería le raspa las nalgas con el notable resultado de que el así raspado se siente curado desde esa hora, y declara que el aire de una bala es la más provechosa medicina del mundo.
Educado en una ruda escuela, Contreras es, en años posteriores, un jefe que sabe asegurarse el respeto en cualquier situación. Así, por ejemplo, al comienzo de su aventura por las Indias se trama un motín entre su tripulación. Cuando una noche, como de costumbre, quiere enviarla abajo, a sus ranchos, un mozallón bastante insolente le grita: "Aquiétese su ánima". Sin gastar tiempo en palabras, Contreras saca su espada y le parte el cráneo de una sola cuchillada. Al punto desaparecen los descontentos. Al cabo de algún tiempo le comunican que el interfecto está muriéndose: "Confiésenlo y échenlo al mar". A partir de ahí su gente se vuelve más suave que un guante: a quien arriesga, aunque sólo sea una leve maldición, le hacía estar de pie una hora con un morrión que pesaba treinta libras y un peto del mismo peso, de modo que "aún echar, ¡voto a Dios!, no se echó en todo el viaje".
A pesar de su rudeza, Contreras es un tipo formidable. Lope de Vega le dedica su comedia El rey sin reino, alusión a una de las aventuras que tuvo con los moriscos. A la altura de sus movidos y peligrosos tiempos, y dominando sus medios, ofrece la imagen de un caballero de fortuna que sabe desenvolverse por el mundo y que en todos sus salvajes actos no transgrede nunca, sin embargo, las leyes de la fidelidad, el honor y la camaradería. Ofuscado ayer por la gritería borracha de las tabernas y arrojando a manos llenas las monedas de oro, corona hoy el primero la muralla calcinante por el sol de una fortaleza solitaria en la Berbería o le arrebata una fragata al rey de Túnez, para hacerse mañana amigos y valedores, en charlas confidenciales, entre los príncipes de la sangre y los de la Iglesia. Sabedor de lo que vale, se reconoce pecador, pero está al propio tiempo convencido de que a hombres como él los protege una gracia especial. Así vive su abigarrada vida, sin coerción, acorde con su naturaleza interior, y nos hace participar en ella.
Ernst Jünger
Traducción de Ricardo Bada
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