Forsaken New York Times, 7 de Diciembre de 1952 19 x 16 ½ in. Collection of George Lucas
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LO BUENO EN NORMAN ROCKWELL
Manuel Fernández Espinosa
El neoyorkino Norman Percevel Rockwell (1894-1978) constituye a mi juicio una de las cimas de la pintura del siglo XX. Contemplar sus cuadros, rebosantes de humanidad y frescura, podría hasta congraciarnos con la humanidad. Yo siento por la obra de Rockwell una empatía que viene de inmemorial.
Las escenas que pintó retratan una nación y una época con las que estamos sobradamente familiarizados en todo el mundo, merced al cine más que a la literatura. Sin embargo, ponerme frente a sus cuadros a mí siempre me ha evocado el mundo de "Las uvas de la ira" de John Steinbeck o cualquier villorrio perdido del condado de Yoknapatawpha, recién salido de las manos de su procreador William Faulkner. Pero sin los tintes negros de los literatos, que siempre suelen ser más pesimistas.
Uno puede mantener todos los recelos sobre la política que, desde 1898, los sucesivos gabinetes del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica realizan a escala planetaria, pero es ver a la gente de Rockwell y uno sabe que los "malos" no pueden ser esas personas candorosas que brotan de los cuadros de Rockwell, esa gente que representa mejor a una nación de lo que podrá jamás representarla un hatajo de políticos. Los malos tienen que estar en otra parte -y, como suele ocurrir, haremos mejor en buscarlos en los centros de poder; de cualquier país: pues en todas las casas cuecen habas. Los médicos, las maestras, los obreros, los soldados, los niños mofletudos, pelirrojos y pecosos, las chicas rubias, las ancianas orando de Rockwell no pueden hacer ningún mal en el mundo. Y el pueblo norteamericano, a la luz rockwelliana, empieza a resultarnos en conjunto más simpático, a través de los ojos de Rockwell; incluso aunque hablen inglés.
Un marxista ortodoxo nos podría decir que el producto artístico de Rockwell es burgués; que la bondad y la comicidad que emanan de las escenas que concibe y ha ejecutado sobre el lienzo, enmascaran las contradicciones de una sociedad capitalista. A mí, por mi parte, si Rockwell me recuerda a alguien es a nuestro Murillo. La misma bonhomía encuentro en la pintura del neoyorkino que en la del sevillano. Ambos se me aparecen como dos grandes maestros en su arte, pero no sólo por la perfección técnica que a mí, lego en arte, se me pierde; ambos se me aparecen como dos testigos de su época; ambos se me revelan como dos filósofos que en su imaginería han plasmado lo eterno que hay en lo más cotidiano; buscando la complicidad del destinatario de su pintura.
Ambos nos transmiten un mensaje: al mal no le salen las cuentas, pues pese a todos los desaguisados que, desde el pecado original a esta parte, se han producido... Lo creado es bueno.
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