martes, 16 de junio de 2015

LA VIEJA ESPAÑA QUE PASÓ LLORANDO







LA VIEJA ESPAÑA LLORANDO Y SU ÁNGEL CUSTODIO
Manuel Fernández Espinosa
 

En unas inspiradas octavas del Capitán Francisco de Aldana, nos presenta el poeta a la personificación de la Guerra que interpela a D. Juan de Austria, desvelándole una profecía:

Recibe esta llorosa profecía,
Cumplida en mi vejez, triste, importuna:
Dígote que la ibera monarquía
Veo a los pies caer de la fortuna,
Crece la rebelión y la herejía,
Despierta el gallo al rayo de la luna,
Y el pueblo más de Dios favorecido
Duerme a la sombra de un eterno olvido
.”

Siempre que vuelvo a estos versos profundos de Aldana –y no son pocas veces las que vuelvo a ellos-, versos dictados por el celo patriótico y la angélica inspiración de uno de los más altos e inmortales poetas españoles, puedo imaginarme esa alegoría de la “mujer guerrera”, capaz de pintarla así tal como nos la describe el bardo: vieja y triste, pidiendo a D. Juan de Austria que intervenga en la enmienda de las cosas.
 
 
Es como la “Cathleen ni Houlihan” de William Butler Yeats, la vieja que pasó llorando -recordada escépticamente por Jon Juaristi en "El bucle melancólico", pero mucho mejor abordada por Josetxo Beriain y Conor Cruise O´Brien en su libro "Ancestral Voices. Religion and Nationalism in Ireland", Dublin, 1994. Se trata de una obra dramática que vio la luz en 1902. En la década de los años 30 del siglo XX, los nacionalistas vascos Manu Sota y José Altuna tradujeron y arreglaron esta obra original de Yeats, vertiéndola al euskera bajo el título de “Negarrez igaro zan atsua” (en castellano, "La Vieja que pasó Llorando".)
 
 
Cathleen ni Houlihan es una de las denominaciones míticas de Irlanda, la más famosa de todas las muchas personificaciones que en la poesía gaélica hay constancia para referirse a Irlanda. En la acción de esta magnífica composición dramática, Cathleen se metamorfosea en una vieja mendiga que visita el hogar de la familia Gillane. Esta familia irlandesa y católica está ultimando los preparativos de la boda de Michael, el vástago de la casa. Pero Cathleen viene a proponerle al novio, en vísperas de su enlace nupcial, que suprima las bodas terrenales por otras muy distintas: unas nupcias con Irlanda, a través del sacrificio cruento del joven que morirá en aras de la pobre y abatida Irlanda, ultrajada y olvidada por sus hijos.
 
 
Cathleen no ha sido inventada por Yeats. Estaba en la poesía tradicional irlandesa desde tiempos inmemoriales. La función del poeta consistió en evocarla a través del conjuro poético. Y es que Yeats era algo más que un poeta: se relacionó muy pronto con miembros de círculos esotéricos como la Orden de la Golden Dawn. El poeta irlandés de origen protestante, Premio Nobel de Literatura en 1923, estaba iniciado en la Sociedad Teosófica, en el espiritismo y en la magia ritual. Estos presuntos conocimientos ocultistas no estaban al margen de su actividad literaria. En sus memorias, Stefan Zweig (1881-1942) nos evoca el viaje que el escritor austriaco hace a Inglaterra; allí Zweig asiste a un recital poético de Yeats que no puede ser interpretado sino como una ceremonia ritual de evocación de espíritus.
 
 
En “Cathleen ni Houlihan”, Yeats sabía lo que se hacía. Trataba de conjurar a los espíritus ancestrales de la nación irlandesa. La evocación poética no es algo simplemente estético, como los poetastros contemporáneos piensan, sino que el vate, merced al poder de la palabra, ahonda en las estructuras profundas del mundo para convertir en realidad lo que es dicho: una obra, por lo tanto, de magia. El poeta se transforma en canal mediúmnico, en taumaturgo. Al profano puede resultarle curioso que la cultura decimonónica y positivista, de la que el mundo contemporáneo es heredero, tratara por todos los medios de popularizar el más grosero de los materialismos –todavía supérstite-, con el propósito de desacreditar como obscurantistas y supersticiosos los métodos eclesiásticos, como el exorcismo, mientras que agentes de la revolución mágica y cultural –como el mismo Yeats- recurrían a métodos tan heterodoxos como la ceremonia de evocación mágica a través, por ejemplo, de la tragedia y la rima. Los agentes culturales del temprano nacionalismo vasco también parece que se apuntaron a este tipo de guerra mágica, tratando de convocar a misteriosas entidades preternaturales –aunque tal vez, en el caso vasco, fuese por mimesis. Por eso, Cathleen se nos aparece así, como desangelada.
 
 
Un católico como Carlos Toniolo escribió:
 
 
Menos conocido es el hecho de que la Providencia ha reservado no sólo a los hombres, sino también a las naciones, un Ángel Protector. Tal realidad es presentada en un trecho del Antiguo Testamento, en el cual el ángel de Persia se opone al de Grecia (cf. Dn 10, 13-22). También es mencionada por San Jerónimo en su comentario al libro de Daniel y, más recientemente, la vemos reflejada en las apariciones de Fátima cuando, precediendo a las manifestaciones de la Madre de Dios, un espíritu celestial se presentó a los pastorcitos con estas palabras: “Yo soy el ángel de Portugal”.” (“El Ángel de Rusia”, Carlos Toniolo, Revista Heraldos del Evangelio, número 59, junio de 2008.)
 
 
Las naciones tienen ángeles. España también tiene el suyo. ¿Qué hacemos que no lo invocamos? ¿Por qué no nos encomendamos a él en la lucha entablada contra las potestades infernales? ¿Se ríe usted, escéptico lector del siglo XXI, cuando me lee eso de "potestades infernales"? Vaya a preguntarle, si me toma por un crédulo, al Premio Nobel Yeats; seguro que Yeats podría responderle que esas entidades existen.
 
 
Puede que alguien con más talento que yo, pueda recibir una inspiración. Me contentaría con que se comprendiera la potencialidad que late en la literatura, y sobre todo en la poesía. Alguien, ya digo, conocedor de “Cathleen ni Houlihan” podría algún día ofrecernos un gran poema, una gran tragedia, en la que, a través de la Comunión de los Santos, sean invocados todos los antepasados que, miembros de la Iglesia Triunfante, puedan interceder por nosotros, los que en este valle de lágrimas sufrimos a diario por los vilipendios y ultrajes que padece nuestra Vieja España que, pordiosera y errabunda ella por los caminos, llama a nuestras puertas, pidiendo hijos que la defiendan de tanta afrenta.
 
 
Esa vieja que llamando a la puerta está: ¿no encontrará alguien que le abra de par en par las puertas de su casa? Con ella, guardián de sus caminos, viene el Ángel de España. Pues nuestra Vieja no está sola, como la Cathleen de Yeats. Esa vieja nos dice: “¿Es que no tengo hijos que me defiendan?”.
 
 
Aquel de nosotros que le cierre la puerta a la Pobre y Vieja España será como el rico epulón de la parábola; incluso peor: un mal nacido por desagradecido, pues España es nuestra Madre, y hay un mandamiento de Dios que nos exige "Honrar padre y madre". Aquel de nosotros que desoiga la voz de la Vieja España, dejándola desamparada a la puerta mientras prepara sus bodas, no tendrá defensor ante el tribunal de Dios. Pues el Ángel de España no podrá defender el alma de un mal hijo en el juicio final.

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