martes, 30 de junio de 2015

REIVINDICACIÓN DE LEÓN FELIPE

 
"Miradla los sodomitas, los adúlteros, y los leprosos que cambiasteis las leyes para defender vuestras llagas."
 
(León Felipe)
UN POETA MARGINADO
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
Felipe Camino Galicia de la Rosa, más conocido como León Felipe, nació en Tábara (Zamora) el 11 de abril de 1884 y falleció, en el exilio político, en Ciudad de México, cuando corría el año 1968, siendo el 18 de septiembre. Allá por septiembre de 1959 cundió por España la noticia de su muerte en México. Cuando lo supo, Camilo José Cela no se lo creyó y por eso escribió "León Felipe no ha muerto" (Papeles de Son Armadans, 1959) escribiendo encomiásticamente el gallego:

 
"No; León Felipe -pensaba quien estas líneas redacta para dar alas a su voluntad de no imaginárselo desaparecido para siempre- es un violento toro ibero que de haber muerto, lo hubiera hecho, como corresponde, con un duro estrépito, con un eco sonoro y prolongado en miles y miles de cabezas y piedras y conciencias españolas".

 
En efecto, no le faltaba razón a Cela. Más de uno daba por bueno que el viejo y nietzscheano poeta de Zamora hubiera muerto, allá lejos en su exilio de México, donde añoraba su Castilla nativa.

 
En la introducción de la "Antología poética" de la obra del poeta León Felipe, Jorge Campos refiere, pasando de puntillas, que en Valencia León Felipe tuvo ciertas desavenencias con los "intelectuales" de la Segunda República. Jorge Campos nos dice textualmente: "alguna disensión surgida entre un sector de los allí albergados, con unas polémicas que saltan a la prensa, coincidentes con su postura aislada que refleja en el poema La insignia le crea una situación incómoda".

 
¿Qué había pasado para que León Felipe se pusiera en el punto de mira de los fusiles marxistas? A León Felipe le había sorprendido el Alzamiento Nacional de 1936 en Panamá, donde además de ejercer la docencia, desempeñaba el cargo de agregado cultural de la embajada española. Adicto incondicional de la Segunda República, desde que se conoce la noticia del levantamiento contra la República española León Felipe tiene problemas en Panamá: las noticias de lo que está ocurriendo en España no son del todo claras y, por si fuese poco, periodistas panameños la emprenden con él; también parece ser que ciertos miembros del personal de la embajada española adoptan una posición favorable al Alzamiento del 18 de Julio, todo esto provoca que, ni corto ni perezoso, León Felipe embarque rumbo a España, contra lo que dictaba la prudencia (mientras todos hacían por escapar... Él venía al peligro: algo que, de por sí, ya nos dice mucho del arrojo del personaje). Con la franqueza que le caracterizaba así lo dirá él mismo:

 
"Me voy [de Panáma, a España] porque quiero saber la verdad sobre la tragedia de mi Patria y nadie me la dice. Ni los mastines, ni mis amigos tampoco. Quiero encontrarme frente a frente con la realidad exacta e inmediata...".

 
León Felipe llamaba "mastines" a los miembros de la Generación del 98.

 
Es así como el matrimonio llega a Madrid y León Felipe se pone al servicio sin reservas de la causa republicana. Cuando arrecian los bombardeos sobre Madrid, Rafael Alberti, Dolores Pasionaria y el resto de la comparsa abandonan a los madrileños, dejándoles la consigna "NO PASARÁN", mientras ellos ponen sus posaderas a salvo, buscando la querencia del refugio valenciano: una ciudad en el litoral levantino, frente al Mediterráneo: para poder escapar sin muchos problemas. Con el gobierno republicano a la cabeza, todos preparados para embarcar. Sin embargo, León Felipe no parece querer huir y tiene la ocurrencia -diríamos que numantina- de autoinmolarse prendiendo fuego a la biblioteca de la Alianza de Intelectuales Antisfascistas. Así se lo confía a Rafael Alberti, pero éste, mucho más cuerdo y mucho más calculador, hizo desistir a León Felipe de su idea kamikaze.

 
Su estancia en Madrid le había causado situaciones comprometidas, donde a punto estuvo de ser pasado por las armas (y no por los fusiles falangistas ni requetés, sino por los de las milicias del Frente Popular). Nos lo relata un testigo nada sospechoso de franquista, Pablo Neruda:

 
"Volvía León Felipe de una de sus conferencias anarquizantes, ya entrada la noche, cuando nos encontramos en el café de la esquina de mi casa. El poeta llevaba una capa española que iba muy bien con su barba nazarena. Al salir rozó, con los elegantes pliegos de su atuendo romántico, a uno de sus quisquillosos correligionarios. No sé si la apostura de antiguo hidalgo de León Felipe molestó a aquel "héroe" de la retaguardia, pero lo cierto es que fuimos detenidos a los pocos pasos por un grupo de anarquistas, encabezados por el ofendido del café. Querían examinar nuestros papeles y, tras darles un vistazo, se llevaron al poeta leonés entre dos hombres fornidos"

 
("Confieso que he vivido").

 
Neruda recurrió a dos milicianos armados que venían del frente, rogándoles que intercedieran por León Felipe ante la cuadrilla pistolera. A León Felipe, con sus barbas nazarenas y su capa española, se lo llevaban a la tapia: "...lo conducían al fusiladero próximo a mi casa, cuyos estampidos nocturnos muchas veces no me dejaban dormir" -dice Neruda.

 
Una vez instalados los "intelectuales antifascistas" en Valencia, León Felipe sigue metiéndose en líos. Los "intelectuales" de la Segunda República, trasladados a la ciudad del Turia se albergaban en la Casa de la Cultura. Es entonces cuando ocurre lo que Jorge Campos refiere -a lo que aludíamos más arriba.

 
El problema le vendrá a León Felipe por sus poemas. No sólo por "La insignia", sino también por el titulado "El hacha".

 
En "La insignia" León Felipe decía:

 
"Ahí están -miradlos-
ahí están, los conocéis bien.
Andan por toda Valencia,
están en la retaguardia de Madrid,
y en la retaguardia de Barcelona también.
Están en todas las retaguardias.
Son los Comités,
los partidillos,
las banderías,
los Sindicatos,
los guerrilleros criminales de la retaguardia ciudadana.
Ahí los tenéis.
Abrazados a su botín reciente,
guardándole,
defendiéndole,
con una avaricia que no tuvo nunca el más degradado burgués."

 




León Felipe leyó este poema en público, en la misma Valencia frentepopulista y más tarde lo recitó en el "Coliseum" de Barcelona, el 28 de marzo de 1937. Hacer esto, cuando campaban las milicias a fuero de "aquí te pillo, aquí te mato" era de una valentía que no sabríamos si aplicarle el calificativo de temeraria. Y además, León Felipe en su visionario ministerio de vate, no salvaba a ninguno:

 
"Y aquí estáis anclados,
Sindicalistas,
Comunistas,
Anarquistas,
Socialistas,
Trotskistas,
Republicanos de Izquierda...
Aquí estáis anclados,
custodiando la rapiña,
para que no se la lleve vuestro hermano".
 
 
Como podemos ver, sin concesiones.

 
En el poema de "El hacha" no era menos furibunda su denuncia de la degeneración a la que se había dado la milicianada del Frente Popular:

 
"En España no hay bandos,
en esta tierra no hay bandos,
en esta tierra maldita no hay bandos.
No hay más que un hacha amarilla
que ha afilado el rencor."

 
La postura individualista de León Felipe significaba una brecha en el compacto bloque de esa "intelectualidad" ideologizada, en su gran parte sumisa a los dictados de Moscú, instrumentalizada por la propaganda soviética.

 
Aquella disputa le granjeó a León Felipe no pocas molestias y si en Madrid -según nos cuenta Neruda- faltó poco para que unos anarquistas lo fusilaran, en Valencia fue el amparo armado del sector anarco-sindicalista el que lo preservó de la liquidación que algunos marxistas habían dictado contra el poeta díscolo.

 
La valentía de León Felipe, denunciando sin paliativos la barbarie de sus propios correligionarios, es algo que lo engrandece. Y, desde luego, es algo que explica que León Felipe apenas sea mencionado en los manuales de texto de Literatura, se le haya apartado discretamente de las librerías y bibliotecas y no se hable de él, con el mismo cansino retornello que emplean para otros, que no tuvieron ni de lejos la bravura de alzarse contra el salvajismo sectario. Pero si el mundillo cultural regido por la izquierda acomodada y sectaria ha marginado a León Felipe, excomulgándolo de su panteón de poetas ilustres por serle tan incómodo, habrá que reivindicarlo desde otros campos.

 
Desde el campo de la honestidad intelectual y la españolía más genuinas, por ejemplo.

martes, 16 de junio de 2015

LA VIEJA ESPAÑA QUE PASÓ LLORANDO







LA VIEJA ESPAÑA LLORANDO Y SU ÁNGEL CUSTODIO
Manuel Fernández Espinosa
 

En unas inspiradas octavas del Capitán Francisco de Aldana, nos presenta el poeta a la personificación de la Guerra que interpela a D. Juan de Austria, desvelándole una profecía:

Recibe esta llorosa profecía,
Cumplida en mi vejez, triste, importuna:
Dígote que la ibera monarquía
Veo a los pies caer de la fortuna,
Crece la rebelión y la herejía,
Despierta el gallo al rayo de la luna,
Y el pueblo más de Dios favorecido
Duerme a la sombra de un eterno olvido
.”

Siempre que vuelvo a estos versos profundos de Aldana –y no son pocas veces las que vuelvo a ellos-, versos dictados por el celo patriótico y la angélica inspiración de uno de los más altos e inmortales poetas españoles, puedo imaginarme esa alegoría de la “mujer guerrera”, capaz de pintarla así tal como nos la describe el bardo: vieja y triste, pidiendo a D. Juan de Austria que intervenga en la enmienda de las cosas.
 
 
Es como la “Cathleen ni Houlihan” de William Butler Yeats, la vieja que pasó llorando -recordada escépticamente por Jon Juaristi en "El bucle melancólico", pero mucho mejor abordada por Josetxo Beriain y Conor Cruise O´Brien en su libro "Ancestral Voices. Religion and Nationalism in Ireland", Dublin, 1994. Se trata de una obra dramática que vio la luz en 1902. En la década de los años 30 del siglo XX, los nacionalistas vascos Manu Sota y José Altuna tradujeron y arreglaron esta obra original de Yeats, vertiéndola al euskera bajo el título de “Negarrez igaro zan atsua” (en castellano, "La Vieja que pasó Llorando".)
 
 
Cathleen ni Houlihan es una de las denominaciones míticas de Irlanda, la más famosa de todas las muchas personificaciones que en la poesía gaélica hay constancia para referirse a Irlanda. En la acción de esta magnífica composición dramática, Cathleen se metamorfosea en una vieja mendiga que visita el hogar de la familia Gillane. Esta familia irlandesa y católica está ultimando los preparativos de la boda de Michael, el vástago de la casa. Pero Cathleen viene a proponerle al novio, en vísperas de su enlace nupcial, que suprima las bodas terrenales por otras muy distintas: unas nupcias con Irlanda, a través del sacrificio cruento del joven que morirá en aras de la pobre y abatida Irlanda, ultrajada y olvidada por sus hijos.
 
 
Cathleen no ha sido inventada por Yeats. Estaba en la poesía tradicional irlandesa desde tiempos inmemoriales. La función del poeta consistió en evocarla a través del conjuro poético. Y es que Yeats era algo más que un poeta: se relacionó muy pronto con miembros de círculos esotéricos como la Orden de la Golden Dawn. El poeta irlandés de origen protestante, Premio Nobel de Literatura en 1923, estaba iniciado en la Sociedad Teosófica, en el espiritismo y en la magia ritual. Estos presuntos conocimientos ocultistas no estaban al margen de su actividad literaria. En sus memorias, Stefan Zweig (1881-1942) nos evoca el viaje que el escritor austriaco hace a Inglaterra; allí Zweig asiste a un recital poético de Yeats que no puede ser interpretado sino como una ceremonia ritual de evocación de espíritus.
 
 
En “Cathleen ni Houlihan”, Yeats sabía lo que se hacía. Trataba de conjurar a los espíritus ancestrales de la nación irlandesa. La evocación poética no es algo simplemente estético, como los poetastros contemporáneos piensan, sino que el vate, merced al poder de la palabra, ahonda en las estructuras profundas del mundo para convertir en realidad lo que es dicho: una obra, por lo tanto, de magia. El poeta se transforma en canal mediúmnico, en taumaturgo. Al profano puede resultarle curioso que la cultura decimonónica y positivista, de la que el mundo contemporáneo es heredero, tratara por todos los medios de popularizar el más grosero de los materialismos –todavía supérstite-, con el propósito de desacreditar como obscurantistas y supersticiosos los métodos eclesiásticos, como el exorcismo, mientras que agentes de la revolución mágica y cultural –como el mismo Yeats- recurrían a métodos tan heterodoxos como la ceremonia de evocación mágica a través, por ejemplo, de la tragedia y la rima. Los agentes culturales del temprano nacionalismo vasco también parece que se apuntaron a este tipo de guerra mágica, tratando de convocar a misteriosas entidades preternaturales –aunque tal vez, en el caso vasco, fuese por mimesis. Por eso, Cathleen se nos aparece así, como desangelada.
 
 
Un católico como Carlos Toniolo escribió:
 
 
Menos conocido es el hecho de que la Providencia ha reservado no sólo a los hombres, sino también a las naciones, un Ángel Protector. Tal realidad es presentada en un trecho del Antiguo Testamento, en el cual el ángel de Persia se opone al de Grecia (cf. Dn 10, 13-22). También es mencionada por San Jerónimo en su comentario al libro de Daniel y, más recientemente, la vemos reflejada en las apariciones de Fátima cuando, precediendo a las manifestaciones de la Madre de Dios, un espíritu celestial se presentó a los pastorcitos con estas palabras: “Yo soy el ángel de Portugal”.” (“El Ángel de Rusia”, Carlos Toniolo, Revista Heraldos del Evangelio, número 59, junio de 2008.)
 
 
Las naciones tienen ángeles. España también tiene el suyo. ¿Qué hacemos que no lo invocamos? ¿Por qué no nos encomendamos a él en la lucha entablada contra las potestades infernales? ¿Se ríe usted, escéptico lector del siglo XXI, cuando me lee eso de "potestades infernales"? Vaya a preguntarle, si me toma por un crédulo, al Premio Nobel Yeats; seguro que Yeats podría responderle que esas entidades existen.
 
 
Puede que alguien con más talento que yo, pueda recibir una inspiración. Me contentaría con que se comprendiera la potencialidad que late en la literatura, y sobre todo en la poesía. Alguien, ya digo, conocedor de “Cathleen ni Houlihan” podría algún día ofrecernos un gran poema, una gran tragedia, en la que, a través de la Comunión de los Santos, sean invocados todos los antepasados que, miembros de la Iglesia Triunfante, puedan interceder por nosotros, los que en este valle de lágrimas sufrimos a diario por los vilipendios y ultrajes que padece nuestra Vieja España que, pordiosera y errabunda ella por los caminos, llama a nuestras puertas, pidiendo hijos que la defiendan de tanta afrenta.
 
 
Esa vieja que llamando a la puerta está: ¿no encontrará alguien que le abra de par en par las puertas de su casa? Con ella, guardián de sus caminos, viene el Ángel de España. Pues nuestra Vieja no está sola, como la Cathleen de Yeats. Esa vieja nos dice: “¿Es que no tengo hijos que me defiendan?”.
 
 
Aquel de nosotros que le cierre la puerta a la Pobre y Vieja España será como el rico epulón de la parábola; incluso peor: un mal nacido por desagradecido, pues España es nuestra Madre, y hay un mandamiento de Dios que nos exige "Honrar padre y madre". Aquel de nosotros que desoiga la voz de la Vieja España, dejándola desamparada a la puerta mientras prepara sus bodas, no tendrá defensor ante el tribunal de Dios. Pues el Ángel de España no podrá defender el alma de un mal hijo en el juicio final.

lunes, 15 de junio de 2015

DE SOR YEYÉ A SOR YO-YO


 
SOR YO-YO DE CONMIGO, MÍ Y NO-SIN-MÍ
 
 Manuel Fernández Espinosa
 
El convento no está revuelto, usted se equivoca. La mayoría de monjas está en sus cosas: orando y laborando. Las que andan revueltas son las monjas que no rezan. Y como no rezan, se aburren y piden cámaras, luces y ¡¡¡acción!!! Después del Vaticano II y el mayo del 68 tuvimos "monjas ye-yé", pero eso no era nada más que un comienzo: las monjas ye-yé dejaron de cantar haciéndonos el favor de no romper la belleza del silencio, las que ahora tenemos son Monjas Yo-Yo y el Yo es algo difícil de acallar.
 
Justo será reiterar que no podemos alarmarnos: no se trata de una epidemia. Las Monjas Yo-Yo que tenemos en España son dos (una no es de aquí y la otra se piensa que su región es una nación); pero ahí las tenemos, diciéndole a Dios que se equivocó cuando dictó la Biblia, que tiene Dios que corregir, a ver si no se ha enterado allí en las alturas de lo que han cambiado los tiempos tan progresistas. Las monjas Yo-Yo hablan en nombre de sí mismas y de las "causas" más impotables: el caso es llevar la contraria, para granjearse popularidad, ser aplaudidas y que se les dé palmaditas en la espalda. Ahí las tenemos, pidiendo por su boca que se cambien las leyes de Dios, que las leyes de Dios sean refrendadas o rechazadas a mano alzada, en una votación democratísima.
 
Son "monjas" las "monjas Yo-Yo", digo yo que lo serán, por llevar hábito; pues en lo de católicas no se las reconocerá por cuanto dicen por su boca. Los medios de intoxicación informativa están relamiéndose, las invitan y explotan su narcisismo menopáusico, dejándolas perorar a sus anchas. En el fondo, las monjas Yo-Yo se escuchan a sí mismas y (en su falta absoluta de respeto a todos los demás católicos) creen ser lideresas de opinión; de antemano cuentan con que la mayoría de católicos (tan acostumbrados a sufrir en silencio) callarán, las reverenciarán al verlas con sus hábitos y tocas monjiles mediáticos y se tragarán todos los sapos que les echen. A las monjas Yo-Yo les gusta salir en la tele más que un anuncio de condones. Piensan que lo de abortar debe ser una opción personal, lo mismo que eso de entrar Paco a un quirófano y salir tuneado como Vanessa. Si las Monjas Yo-Yo pudieran administrar los Sacramentos se los darían a los perros y a los cochinos, pues tampoco descartamos que, ya puestas a apoyar todas las aberraciones, también estén a favor del último despropósito animalista.
 
Érase una vez cualquiera de esas Sor Yo-Yo de Conmigo, Mí y No-Sin-Mí, contemplativa de su propio ombligo, vicaria del Sursum Corda por gracia de los canales televisivos, alcahueta de gaymonios, representante de clínicas abortivas a domicilio (encendiendo su televisor a ciertas horas, oiga usted), chica de los recados de las fábricas de preservativos. Narcisistas incorregibles.
 
Pero lo que me pregunto es dónde están los que debieran hacerlas callar. Callar a estas lobas con piel de corderos, pues cada vez que hablan les huele el aliento, se les ven los colmillos de lobo y hasta aúllan.  

viernes, 5 de junio de 2015

UNA SOCIEDAD DE NUEVOS PRIVILEGIADOS

 
 
PRIVILEGIA NE INROGANTUR
 
Manuel Fernández Espinosa

Cada vez que se legisla bajo el injusto título de "discriminación positiva", no nos engañemos: se está privilegiando. Se privilegia a sectores de la sociedad (grupos, ellos prefieren llamarse "colectivos") por la condición de pertenecer a una minoría a la que se supone que, debido a agravios históricos, hay que concederle una revancha sobre la mayoría.

Este principio es el más injusto de los principios desde los que se puede legislar.

Roma, madre del Derecho, escribió con letras indelebles: "PRIVILEGIA NE INROGANTUR" (Leyes de las XII Tablas, IX, I): Lo que significa que lo más contrario a todo Derecho (a toda igualdad ante la Ley) es la propuesta de leyes privadas y, peor todavía, su imposición sobre el todo social. Un grupo humano (por ser diferente a la mayoría) no puede aspirar a que se hagan leyes a su favor, puesto que conculca el principio de la igualdad de todos ante la ley.

Esto quiere decir que, si usted es homosexual (o está bizco, o es que ocurre que prefiere usted la carne al pescado...) no hace falta que nos diga lo homosexual que es usted, no se traumatice por su bizquera, tampoco se preocupe que, nadie en su sano juicio, lo vaya a mirar mal porque prefiera la carne al pescado... Relájese, tome aire, no se nos ponga histérico: una sociedad normal le garantiza que usted, en caso de que alguien se atreva a agredirlo, tiene perfecto derecho a reclamar justicia; pero -aclarémonos- el derecho a su dignidad humana y a su integridad física, no lo tiene usted por el particular de ser usted un homosexual, sino por la simple condición de ser usted un ser humano; sin que a los heterosexuales ni a nadie nos importe un pito su homosexualidad.

Pero se ha perdido el norte. Parece que, ahora, por el mero hecho de pertenecer a un grupo -si se demuestra que históricamente ha estado discriminado y, casi siempre, basta con la opinión- el grupo tiene que arrogarse la prerrogativa de tener un derecho específico sobre todos los demás miembros de la comunidad. De tal manera que nos encontramos con la paradoja de estar en una sociedad que -nos han dicho- se levantó contra los privilegios estamentales de la aristocracia y del clero, pero que llega ahora -año 2015- a la extraña contradicción de pretender imponer supuestos derechos que se adquieren por pertenecer a un grupo: un grupo que, de esta manera, queda privilegiado sobre todo el resto, poniendo a todo el resto a su merced.
 
Una sociedad que funda derechos para grupos particulares es una sociedad de privilegios. Lo de menos es que le llamen "discriminación positiva".