ERNST JÜNGER: LA TRADICIÓN ELEMENTAL DE LO ORIGINARIO
Manuel Fernández Espinosa
La sociedad alemana de
entreguerras presenta como pocas sociedades los síntomas de una profunda
crisis en todos los órdenes. No es simplemente la inflación, la
mecanización de la industria, la crisis económica lo que tenía a los
alemanes exasperados, buscando soluciones drásticas. Una lectura
económica, tan del gusto del liberal como del marxista (ambos anverso y
revés del mismo espíritu burgués) no podrá explicar satisfactoriamente
la época. Son otras las dimensiones y muchos otros los vectores que
habría que considerar para explicarse aquella sociedad convulsionada;
teniendo en cuenta que, como sabemos, el vector es una magnitud que,
conteniendo la cuantía, nos exige considerar el punto de aplicación, la
dirección y el sentido. Y uno de los vectores más significativos será la
intelectualidad que ha regresado del frente, tras la derrota bélica. Y
uno de los intelectos que, por fidelidad a los camaradas caídos en el
frente, se aplicará a imprimir una dirección y darle un sentido a buena
parte de sus lectores será el del escritor Ernst Jünger (1895-1998).
Éste lo hace desde una posición conquistada: es un héroe de guerra,
herido en combate y condecorado con las más altas distinciones del
ejército alemán, su heroísmo le precede y le inviste de una autoridad
como no podrán presentar otros.
Sus obras literarias más
importantes, como introspección de la experiencia de la guerra, las
escribirá del año 1918 a 1923: "Tempestades de acero", "La guerra como
experiencia interior", "El bosquecillo 125", "Fuego y sangre". Pero no
serán pocos los artículos que irá publicando en las revistas que abundan
entre los llamados Cuerpos Francos: "Die Standarte", suplemento en un
principio de "Der Stahlhelm", será una, pero no la única. El cierre de
estas revistas por la censura de la República de Weimar no impedirá que
surjan otras: "Arminius", "Der Vormarsch", "Widerstand", etcétera. Puede
considerarse como un abigarrado entramado de medios de prensa que
responde a los múltiples grupos de soldados que se han quedado sin
guerra y no pueden adaptarse a la "paz" y, menos todavía, a una
vergonzosa paz que humilla todos los sacrificios consumados en el
frente. Se está fraguando así el llamado "nacionalismo de los soldados".
Jünger se referirá
constantemente a esos años, en los que los viejos camaradas que habían
estado en el frente se reunían en las tabernas o en las mansardas para
discutir, mientras bebían, la deriva de los acontecimientos y qué hacer.
Por ese tiempo hubo en Alemania no pocos visionarios, como el Lorenz de
la novela jüngeriana "Abejas de cristal": "Por entonces -escribe
Jünger- todos teníamos una idea fija; era una característica peculiar
que siguió a aquella guerra. La suya [la de Lorenz] consistía en que las
máquinas eran el origen de todos los males. Quería volar las fábricas,
redistribuir la tierra y convertir el país en un imperio rural. Así
todos vivirían sanos, felices y en paz. Para sustentar esta opinión
había adquirido una pequeña biblioteca, dos o tres hileras de libros,
gastados a fuerza de leerlos, sobre todo de Tolstoi (que era su ídolo) y
también de anarquistas primitivos como Saint-Simon. [...] El pobre no
sabía que hoy no existe más que una única reforma agraria: la
expropiación".
Este Lorenz puede ser el
personaje ficticio de una novela, pero como señala Rüdiger Safranski:
"Casi todas las ciudades contaban con uno o más "salvadores". En
Karlsruhe, alguien que se hacía llamar Torbellino Originario prometía a
sus adictos la participación en las energías cósmicas; en Stuttgart
actuaba un Hijo del Hombre que invitaba a una redentora cena
vegetariana; en Düsseldorf un nuevo Cristo predicaba el inminente final
del mundo e invitaba a retirarse en la meseta montañosa Eifel. En Berlín
el Monarca Espiritural Ludwig Haeusser llenaba grandes salas, donde
exigía "la más consecuente ética de Jesús" en el sentido del comunismo
originario, propagaba la anarquía del amor, y se ofrecía a sí mismo como
"caudilllo para la única posibilidad de evolución superior del pueblo,
del Imperio y de la humanidad". Los numerosos profetas y sujetos
carismáticos de aquellos años tienen casi todos una actitud milenarista y
apocalíptica...". Tal vez el caso más famoso fue el que protagonizó en
el verano de 1920 un tornero de Alsacia por nombre Friedrich
Muck-Lamberty que recorrerá los caminos sumando gente de todas las
edades, sobre todo jóvenes, que se agrupan para escucharlo y que
formarían el fenómeno llamado "Neue Schar" (la Nueva Grey). Visionarios
como estos que fueron personajes históricos hoy olvidados asoman en la
literatura alemana de la época. Alemania era escenario de esta especie
de histeria colectiva tras la Gran Guerra: al traumatismo causado por
las incontables pérdidas humanas, se sumaba la humillación y la
incertidumbre por el futuro, por si fuese poco; y todo ello hirviendo en
un recipiente modelado por el romanticismo que informa la cultura
alemana desde el siglo XIX (su filosofía, su literatura, su música, su
teología...)
Thomas Mann,
retrospectivamente, escribiría: "Pero el intelecto del hombre
civilizado, sea ese intelecto burgués o simplemente civilizado, no puede
sustraerse a una sensación de malestar. Puesta en contacto con el
espíritu de la filosofía vital, con el irracionalismo, la teología corre
peligro de convertirse en demonología" ("Doktor Faustus"). En efecto,
las corrientes vitalistas que afloraron en la Alemania de entreguerras,
casi todas con un alto ingrediente nietzscheano, derivaron no pocas
veces a sectas que combinaban más o menos extraños elementos del
ocultismo y la magia. Sin embargo, en Thomas Mann habla el burgués que
siente descomponerse todas las seguridades de su mundo. No obstante, el
genio literario de Mann supo captar lo que estaba sucediendo en
Alemania; aunque tampoco era difícil captarlo, pues Jünger y otros lo
proclamaban. Mann lo resumió en la misma novela "Doktor Faustus":
"Necesitamos un
sistematizador, un maestro de la objetividad y de la organización, lo
bastante genial para combinar el renacentismo, y aun el arcaísmo, con la
revolución" -le dice el protagonista al personaje que hace de su
biógrafo en esta novela monumental.
Y bien, ese
sistematizador, ese maestro de la objetividad y de la organización, el
genio que combinaría perfectamente el arcaísmo con la revolución,
sostengo yo, no era otro que Ernst Jünger. No digo que Thomas Mann
pensara en Jünger cuando escribió estos renglones, pero si había en
Alemania alguien capaz de lograr esa "síntesis" de "arcaísmo" y
"revolución", la que reclamaba el Adrian Leverkühn del "Doktor Faustus",
ese fue Ernst Jünger. Es lo que más tarde llamará "Revolución
Conservadora" el que fuera secretario del mismo Jünger, Armin Mohler.
En Jünger el romanticismo
había sido superado tras pasar por las tempestades de acero. En los años
de entreguerras, como señala Alain de Benoist, Jünger "hace varios
llamamientos para la formación de un frente unido de grupos y
movimientos nacionales. Al mismo tiempo, trata -sin mucho éxito- de
señalarles el camino de una necesaria autotransformación. También el
nacionalismo precisa ser "trasmutado" alquímicamente. Debe
desembarazarse de toda vinculación sentimental con la vieja derecha y
convertirse en revolucionario, dando fe del declive del mundo burgués".
El estilo que define a
Jünger será el "realismo heroico", una objetividad fría que mira los
sucesos con otros ojos, "más allá del bien y del mal"; el mismo Jünger
escribirá: "Nosotros dejamos la postura de que hay un tipo de revolución
que al mismo tiempo apoya el orden, para todos los Biedermänner
[filisteos de la cultura]. Pues, ¿qué tiene que ver lo elemental con lo
moral?".
Uno de los
correligionarios de Jünger, durante estos años, Ernst von Salomon dirá
(en una entrevista concedida a Jean-José Marchand) que fue Ernst Jünger
quien le propuso a él y a otros "escribir una nueva enciclopedia".
Jünger le decía a Salomon: "lo que quiero ahora, es la revolución
espiritual. ¿Dónde comenzar? Los franceses nos lo enseñaron: escribir
una nueva enciclopedia, revisar todos los conceptos". El resultado,
según Salomon, fue eficaz: "Lo hicimos. Y los jóvenes escritores
salieron de la derecha, lo que sorprendió entonces a todo el mundo." (La
entrevista a Ernst von Salomon que referimos se ha visto por vez
primera estampada en castellano en el número 24 de NIHIL OBSTAT).
Jünger y los suyos se
distanciaban del "museísmo" (con ese vocablo se referían a la propensión
-burguesa- de conservar los cachivaches del pasado burgués); la
tradición que merece ser perpetuada no puede estar por más tiempo en la
ficticia seguridad de un orden burgués, liberal, parlamentario: eso
podía ser con anterioridad a la Gran Guerra del 14, pero tras vivir la
experiencia bélica los valores burgueses de la seguridad y la
prosperidad se han hecho añicos; y esto no solo es válido para los
moldes políticos, también los moldes artísticos y religiosos están
quebrados. Jünger escribiría en "Radiaciones": "Las pretensiones
conservadoras, ya sea en el arte o en la política o en la religión,
extienden cheques contra activos que ya no existen".
Dado que el mundo burgués
del XIX, modelado por las ideas ilustradas del siglo XVIII, se ha
desmoronado hay que aventurarse a crear, según sostiene Jünger,
Tradición. O mejor que "crear" dijéramos que "reencontrarla". Bajo el
barniz y los postizos de la civilización burguesa hay que excavar hasta
dar con lo elemental y lo originario: "...a lo elemental, a una capa de
la vida más profunda y más cercana al caos, que todavía no es ley, pero
que esconde en sí nuevas leyes [...] una nueva relación para con lo
elemental, el suelo materno". Y muchos años después, seguiría diciendo,
en "Visita a Godenholm": "Una de las ideas de Schwarzenberg era que
había que sumergirse otra vez desde la superficie hasta los "abismos
ancestrales" si se deseaba establecer una auténtica soberanía".
Volverse a lo originario y
elemental es un imperativo para poder legitimar un orden de distinto
cuño que suprima el falso orden liberal bajo el que hemos estado
sujetos. Lo elemental "todavía no es ley", pero "esconde en sí nuevas leyes".
Esta es la gran aportación de Jünger que, rechazando los falsos ídolos
del liberalismo, el parlamentarismo y el marxismo, nos indica el camino a
lo originario como solución para un mundo en crisis.
Y si es válido para el
mundo de la Alemania en crisis de entreguerras, cualquier época en
crisis puede escuchar la voz de Jünger, reclamando que para salir de un
atolladero como el actual no hay más remedio que volverse a la Tradición
que es lo originario, que podemos aguardar que vuelva de nuevo por sus
fueros: como el implacable manotazo de una ola colosal que hunde un
barco, con la fuerza de una tempestad de acero, como la terrible
erupción de un volcán. Los elementos no conocen el diálogo con la
humanidad, ni siquiera con esa secta de la humanidad que forman todos
aquellos parlanchines que exigen derechos y que se han conjurado contra
la naturaleza de las cosas, contra el orden natural, queriéndole
dictarle sus "leyes" a la Naturaleza.
TRADICIÓN EN ERNST JÜNGER: MOMENTO CONSTITUTIVO, CUSTODIANTE Y DEFENSIVO
En
la lengua alemana hay dos términos para nuestra palabra "tradición":
"Überlieferung" y "Tradition". Por lo común, los términos se emplean
indistintamente, a excepción de algunos casos como el que constituye el
uso filosófico que le dio Martin Heidegger. Cuando Heidegger se refiere a
la "tradición" con el vocablo "Tradition" lo hace identificando esa
"tradición" con una particular tradición filosófica occidental, la que
-según Heidegger- ha olvidado la pregunta por el ser: "La tradición
(Tradition) llega a hacer olvidar totalmente tal origen" -dirá Heidegger
en "Sein und Zeit". Sin embargo, "Überlieferung"
(tradición/transmitir/entregar) lo emplea para expresar algo más
dinámico y decisivo: "Si todo "bien" es hereditario y el carácter de los
bienes radica en el hacer posible la existencia propia, entonces se
constituye en el "estado de resuelto", en cada caso, la tradición de una
herencia".
Aunque
no es momento de internarse en la filosofía heideggeriana, sería
oportuno indicar que lo que Heidegger llama "estado de resuelto" es el
más peculiar modo de ser de la existencia auténtica frente a la
existencia inauténtica y gregaria. Heidegger rechaza la "Tradition"
consistente en ese corpus acumulado a lo largo de la filosofía
occidental, pues esa "Tradition" acarrea consigo "que con todo su
historiográfico interés y todo su celo por una exégesis filológicamente
"positiva", el "ser ahí" ya no comprende las condiciones más elementales
y únicas que hacen posible un regreso fecundo al pasado en el sentido
de una creadora apropiación de él".
Esa
"Tradition", para Heidegger, obtura el acceso al origen, pero la
"Überlieferung" nos permite el retorno al origen "reapropiándonos" de
él.
Sin llegar a establecer
tan sutiles distingos como los que marca la filosofía heideggeriana,
podemos decir que Ernst Jünger llega a conclusiones similares. La
tradición (Tradition/Überlieferung: nosotros no vamos a diferenciar
entre ambos vocablos germanos) no puede ser un afán museístico, sino que
tiene que ser algo dinámico -tal y como lo habían entendido nuestros
pensadores tradicionalistas (Vázquez de Mella, v. gr.) Para hacernos
cargo del dinamismo de la auténtica tradición (y no de la tradición
entendida como "museísmo" o veneración de fósiles) el mismo Jünger nos
ofrece un pasaje digno de reflexionar:
"La historia es la
tradición que un poder victorioso se otorga a sí mismo. Así es como las
familias romanas retrotraían su origen hasta los semidioses y así es
como habrá de escribirse una historia nueva a partir de la figura del
trabajador".
("El Trabajador. Dominio y figura".)
La tradición es algo
dinámico, el sujeto de la tradición no permanece pasivo como un
recipiente que acoge lo que le dan las generaciones anteriores, sino que
ejerce una labor activa en cuanto que, al valorar lo recibido,
rechazará algunos elementos heredados y acogerá otros. No es, por lo
tanto, un mero recibir, sino más bien un reelaborar lo recibido y
otorgárselo a la misma comunidad como fuente de legitimación.
Esto que puede parecer
algo complicado de comprender es lo que hemos visto a lo largo de toda
la historia, Jünger pone el ejemplo de los romanos que remontaban sus
ancestros a los semidioses: el mito es así una fuente de legitimación.
En la España de nuestros días basta pensar en lo que se ha hecho con el
mito de las Tres Culturas, se ha reinventado todo un pasado mítico de
convivencia idílica entre judíos, musulmanes y cristianos y, a partir de
esa reinvención, inspirada en Ámérico Castro y otros, se ha desfigurado
no sólo el pasado histórico de España, sino su presente y su futuro. Es
obvio que a los poderes fácticos poco importa la verdad de sus teorías,
ni siquiera la solvencia intelectual de los artífices de esas teorías
que se reapropian para configurar nuestro pasado, nuestro presente y
nuestro porvenir. Américo Castro era filólogo y no puede llamársele
historiador, pero eso poco importa: lo que les importaba a las elites
que divulgan la teoría de Américo Castro hasta haberla hecho hegemónica
no era el amor por la verdad, sino la construcción de todo un discurso
que disolviera la identidad histórica de los verdaderos españoles en
aras de la multiculturalidad, ahogando la identidad hispánica; y hasta
tal punto que los hay hoy -tras muchas décadas de machacar con este
absurdo del triculturalismo- que, descendientes de cristianos viejos,
todavía se piensan descender de moriscos o judíos.
Volviendo a Jünger, digamos que éste se ocupó de reflexionar sobre nuestro tema en un texto que tituló "La Tradición", publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), revista de los Stahlhelm (Cascos
de acero), en 1925. En dicho ensayo breve, el Mago de Wilflingen nos
dice: "La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una
superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más
significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los
padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que
ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender:
esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y
que debe transmitir con dignidad. El hombre del presente representa el
ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre
futuro."
Las tres acciones que se
relacionan con la Tradición son "crear", "custodiar" y "defender". La
Tradición tiene, por lo tanto, un momento "creador" (preferimos llamarlo
"momento constituyente") y, para que se prolongue en el tiempo, se requiere una permanente "labor custodiante" y, llegado el caso, una decidida "disposición defensiva".
Lo que he llamado, glosando el pasaje de Jünger, "labor custodiante"
podría confundirse con lo que he denominado "disposición defensiva":
custodiar es, en un sentido amplio, defender; pero considero muy
conveniente que estos dos verbos no los entendamos aquí como
equivalentes, pues en lo que atañe a la "labor custodiante" habría que
pensar en todo lo que comporta de actitud vigilante la conservación de
una tradición. Ésta ha de ser vigilada, custodiada, para evitar que se
relajen sus portadores y se desvirtúe y corrompa la misma tradición,
mientras que en la "disposición defensiva" hablaríamos más bien de toda
acción, intelectual o armada, conducente a preservar la tradición de
cuantos enemigos pugnen por hostigarla o destruirla. Hay que ejercer,
por lo tanto, la "custodia", salvaguardando que los mismos que
participan de la tradición la puedan desviar por caprichos o incurias,
pero también hay que estar dispuesto a defender la tradición contra
cuantos -propios o extraños- quieran destruirla.
La custodia de la
tradición no es impedir a todo trance cambios en lo accidental, para
ello Jünger nos propone el ejemplo de un edificio que puede cambiar con
el tiempo. Esta metáfora arquitectónica la traslada más tarde a la
organización política, no olvidemos que es el año 1925 cuando Jünger escribe este ensayo que comentamos:
"Ayer teníamos un imperio,
hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y
pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como
invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje
de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas
tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque
sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza."
Lo que hay que custodiar
de la tradición es el modo de ser propio, una ética y una estética, una
moral y un estilo propios que se han perpetuado a lo largo de siglos
hasta tal punto que (válgannos estos ejemplos) podemos reconocer como
hispánica la defensa de Numancia lo mismo que la de Baler, o la del
Alcázar de Toledo. Es por ello por lo que Jünger demanda a sus
compatriotas que prescidan -si es menester- de lo exterior, pues "la
ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual
juventud, [es] lo que constituye la señal de una falta de fuerza
interior."
Y reclama imperativamente:
"No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es
tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre
la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y
negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es
sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de
propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las
celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación:
empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante."
Pues, en lo interior es
donde tiene que mantenerse la tradición, a salvo de la violación del
enemigo, pues la tradición no es algo antiguo, que nos gusta más o nos
gusta menos, sino que es cuestión de vida o muerte, por eso exhorta a
los alemanes a ser "todo aquello que sois":
"Sed
en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro
pasado vivirán en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más
auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición
viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse
en cualquier sala de cine ciudadana."
A título de recapitulación podemos terminar concluyendo:
-A diferencia de la lengua
alemana, en castellano no disponemos de dos vocablos para la palabra
"tradición". Podríamos hablar de "transmisión" o, ya lo veremos en su
momento, de "entrega". No tenemos que compartir la diferencia que marca
Heidegger entre "Tradition" y "Überlieferung", pues lo que Heidegger
identifica como la "Tradition" (la metafísica occidental y el olvido del
ser que ésta entraña) son cuestiones particulares de la filosofía y, en
concreto, de la filosofía de Heidegger, pero sí que podríamos advertir
que no son pocos los que confunde la "tradición" con actitudes meramente
pasivas, en el mejor de los casos de veneración por la antigüedad,
mientras que conviene tener muy claro que la tradición es algo muy
distinto: es activa. Aquí vendría bien recordar la parábola de los
talentos, cuando Jesucristo nos presenta al que guardó y no arriesgó
como el peor de todos aquellos que recibieron algo; pues el sentido
exacto de la tradición sería ese mismo, no conformarse con enterrar lo
que se nos ha entregado, sino hacerlo correr, hacerlo vida.
-La tradición reapropiada
(expeliendo de ella cuanto estorbe en el presente para conquistar el
futuro) es, como dice Jünger, la fuente de una legitimidad del poder y
acomoda la historia a sus conveniencias, suprimiendo de ella todo cuanto
atenta al ser de la comunidad que vive la tradición y la transmite.
-La tradición es acción:
ha sido constituída, instituida en el pasado (la podemos instituir
nosotros para el futuro), pero hay que custodiarla para impedir que,
bajando la guardia, se malogren las conquistas de todo tipo que ha
permitido esa tradición. La tradición hay que defenderla de sus
enemigos: de todos cuantos, formando parte de la comunidad, la denigran,
adulteran o pugnan por tacharla: con su "traición" ponen en peligro a
la comunidad que es la que es gracias a esa tradición. También hay que
defenderla contra los ajenos que nos quieren imponer sus propias
"tradiciones" extrañas: nocivas y mortíferas para la comunidad.
-Es en el interior donde
hay que conservar celosamente la tradición, la exhibición externa de la
misma no es mala, siempre y cuando no se confunda con una actitud
superficial que vacía el sentido auténtico de lo que se es.