Aleister Crowley y Fernando Pessoa, jugando al ajedrez, en Lisboa, año 1930 |
APROXIMACIÓN Y CONSIDERACIONES
Manuel Fernández Espinosa
A principios de julio del corriente año algunos medios se hacían eco de la noticia: la "biblia" del "hombre más malvado del mundo" se publicaba por vez primera en español. Estos medios son incorregibles, por captar la atención de un público cada vez más indiferente tienen que poner titulares sensacionalistas. El diario EL PAÍS titulaba "La obra prohibida por anticlerical y sexual que se publica ahora en España". El libro que anunciaban con acentos tan "apocalípticos" no era otro que "El libro de la Ley" y su autor el satanista Aleister Crowley. Pero, ¿es cierto todo esto? ¿ha tenido Aleister Crowley que esperar al siglo XXI para ser recibido en España? Vamos a hacer un poco de historia.
Para ello vamos a huir a conciencia de toda calificación o descalificación: atengámonos a lo que sabemos de este personaje no menos influyente en la cultura occidental por poco conocido.
Corría el mes de julio de 1908 cuando, en compañía de su discípulo y pareja homosexual, Victor Neuburg, Aleister Crowley recorría España. El viaje a España, siguiendo la tradición romántica del XIX, era una constante para muchos europeos cultos y no pocos de los que venían a visitarnos lo hacían por algo más que por turismo. Lo que les atraía de España era la idea romántica de un país todavía atrasado, medio europeo, medio africano, en el que todavía creían poder encontrar secretos mágicos. España seguía siendo a principios del siglo XX un destino muy atractivo para muchos ocultistas. Rilke vino a España, siguiendo los dictados de sesiones espiritistas y poco se sabe, pero es hora de apuntarlo que también hizo su visita a España el ocultista alemán Dietrich Eckart, mentor de Adolf Hitler: éste visitó Barcelona, Jaén y Granada: pero el viaje de Eckart es tema que vamos a dejar aquí aparcado, la información de que dispongo la dejaré reservada para otra ocasión más apropiada. El interés que tenían estos hombres por España, vuelvo a decir, venía de esa ilusión que se habían hecho por el país en que los moros astrólogos y los judíos cabalistas habían vivido y, según George Borrow, no había pocos que todavía vivían en el siglo XIX ocultos bajo el disfraz de cristianos.
Crowley había intentado venir a España con anterioridad, cuando una delegación carlista visitó Cambridge (donde Crowley estudiaba por ese entonces) para reclutar a británicos en las filas del carlismo. Aquello no parece que surtiera efecto y esperó la ocasión propicia para saltar en 1908 de Francia a España. Crowley recorrió nuestro país con Neuburg a pie, levantando en algunas partes la suspicacia de la Guardia Civil, a buen seguro que sodomizando a su amante y viendo monumentos y museos.
Más tarde, en 1930, Crowley volvería a la península ibérica, esta vez con el propósito de visitar al poeta portugués Fernando Pessoa que tenía una relación bastante ambigua con el ocultismo: Pessoa lo practicó, aunque en "El libro del desasosiego" leemos pasajes que podemos interpretar como la confesión de una decepción por todo ese mundo.
Crowley visitó la Península Ibérica (que sepamos) en dos ocasiones. Crowley aparecía ante la sociedad como un mago, pero no sólo era eso: también era poeta, escritor, deportista de élite, espía y un provocador profesional. Aunque recorriera España y visitara Lisboa, ¿podemos decir que se le hizo caso? Más bien poco: hasta donde se nos alcanza, fue Pessoa el que más caso le pudo hacer que incluso jugó al ajedrez con él. La intelectualidad española (el mundo literato) español no estaba ajeno al ocultismo: el romanticismo y el modernismo eran buenos caldos de cultivo, pero muy otros eran sus derroteros: el antro ocultista que más influencia ejerció en los medios cultos españoles fue la Sociedad Teosófica que encandiló a Juan Valera, a Valle-Inclán y a Fernando Villalón.
Será más avanzado el siglo XX cuando a Crowley se le preste atención entre los intelectuales españoles. Sin haber hecho una indagación exhaustiva, encuentro que el primero en declarar el nombre de Crowley en una de sus obras es Luis Antonio de Villena, para ser precisos: en su ensayo "La revolución cultural (desafío de una juventud)", en fecha tan temprana como 1975. Podemos conjeturar que mucho antes para otros intelectuales y artistas, pongo por caso a Salvador Dalí o a Juan-Eduardo Cirlot (que no eran profanos en esoterismo), Crowley no sería un desconocido, pero no parece que sintieran mucha atracción por el personaje ni por su obra. Luis Antonio de Villena sí que incluso transcribe algunos pasajes del "Libro de Oz" crowleyano al término del ensayo referido, alegando que: "El resurgir que el ocultismo tiene en la contracultura, no es un aceptar al adivinador de feria. En el ocultismo se quiere ver a las tradiciones marginales de Occidente...". Otros intelectuales, es el caso de Sánchez Dragó, de Fernando Savater, de Jon Juaristi (con tantas lecturas) también sabrán de Crowley, pero no parece que se hayan empleado en darlo a conocer. Para reclamar a Crowley hay que esperar que se emprendiera la "revolución cultural" en España, esto es lo que se llamará la "movida", con las tendencias musicales (que no sólo son estéticas, sino que comportan un estilo de vida) como el pop, el rock, etcétera.
Aunque la traducción de "El libro de la Ley" de Crowley se haya producido en verano de 2016, traductores como Ángel Crespo (especialista, entre muchas otras cosas, en la obra de Pessoa), Frank G. Rubio o Francisco José Ruiz Casanova también han contribuido con anterioridad a dar a conocer a Crowley, siquiera algo de la obra poética. Y esto desde los años 90 a esta parte, por lo que el rimbombante titular de EL PAÍS nos parece del todo hiperbólico.
Para comprender las terroríficas y escandalosas extravagancias y maldades de Crowley tenemos que tener en cuenta lo que se denomina el Sendero de la Mano Izquierda. La opinión de Julius Evola sobre Crowley es bastante certera: "...como en los otros casos considerados [se refiere a María Naglowska], el ostentoso Satanismo de Crowley es explicado solo en términos de una antítesis al Cristianismo cuya doctrina condena los sentidos y la realización integral del hombre, aunque, en su caso, con una base iniciática y "mágica" más bien que naturística".
No podemos soslayar que en la mayoría de los ocultistas de finales del XIX y del XX, la figura de F. W. Nietzsche ejerce una poderosa influencia: tanto Crowley, como Eckart, Ludwig Klages o el mismo Evola... se han sumergido en la crítica anticristiana de Nietzsche.
La influencia de Crowley en España no podía venir de otra mano que la que trata de seguir erosionando al cristianismo por todos los medios, de ahí el titular de EL PAÍS: "La obra prohibida por anticlerical...", todo un reclamo para quienes alimentan ese anticristianismo.
Pero el problema, voy a decirlo con el corazón en la mano, no son ellos: los ocultistas, ni sus publicistas... No. El problema es que el cristianismo tiene que preguntarse qué es lo que ha hecho, qué está haciendo, para que las cosas estén así.
A mi juicio el cristianismo contemporáneo (hablo del católico, que es el que me incumbe) ha cometido varios errores: se ha secularizado, aceptando acomodaticiamente el relativismo ecumenista y desdibujando los firmes contornos tradicionales de la monarquía-aristocrática (Soberano Pontífice y Colegio Cardenalicio) de la jerarquía sagrada (permítanme la redundancia enfática), alentando una igualdad que es imposible de sostener, vendiendo el más estúpido de los conformismos y falsos democratismos asamblearios como algo aceptable para un católico y, lo que a mi entender es lo peor de todo: ha reducido la teología a lo moral-moralina y, en su grado más grosero, la ha disuelto en "teología social" (la nefasta y sedicente teología de la "liberación"), obturando las vías a la teología mística. Y, mientras levantan la cabeza todos los ocultismos, el cristianismo oficial oculta la cabeza en la tierra, como se dice del avestruz.
El problema, ya digo, no son los ocultistas, sino que alguien debiera calmar la sed espiritual del hombre y se cree que eso se hace con agua o coca-cola.